26 de octubre de 2011

Pide un deseo


Recuerdo una noche hace ya mucho tiempo. Tenía 15 años. Aquella noche hice una de esas tonterías supersticiosas adolescentes. Se me cayó una pestaña que fue a parar a mi mano y pedí un deseo. No dudé un instante. La vi entre mis dedos y tuve claro en qué iba a gastar aquella baza. Así que la miré, grité hacia dentro aquel deseo y soplé. La pestaña voló. Si no me equivoco eso es un signo de que la cosa funciona. De que el dios de los vientos y el dios de las pestañas se han dado la mano y han decidido por unanimidad concederte el deseo. Y así fue. Los dioses debían estar poco atareados (o bien yo pedí algo demasiado obvio), porque se cumplió en menos de un par de horas.
Incluso con 15 años ya sabía que era estúpido, pero recuerdo que no pude evitar reparar en ello y sentirme en cierto modo divinamente agraciada.

La estupidez adolescente aún no se ha ido del todo de mí. Quizá simplemente ha evolucionado de estupidez a manía estúpida, que no es lo mismo. Porque he de reconocer que aquella no fue la última vez que llevé a cabo el ritual. De hecho, siendo sincera, aún sigo haciéndolo cuando nadie me ve. Cada vez que rescato una de mis pestañas hago la misma gilipollez. 

Aquel primer deseo fue un tierno deseo de adolescente.
Un tiempo después, mis ojos fueron madurando. Y a partir de entonces, el resto de pestañas de mi vida las mandé volar siempre a cambio de cosas mucho más importantes. Pocas veces me permitía el lujo de gastar una de esas bazas en algo que no fuera cuestión de salud. Pero de vez en cuando, me daba un capricho. 

Mis ojos maduraron aún más. Y los caprichos cada vez eran menos. Y lo más importante, cada vez menos concretos. Dejé de pedir lo que deseaba para empezar a pedir que ocurriera simplemente lo que fuera mejor. Dicen que hay que tener cuidado con lo que se desea porque se puede hacer realidad.  Así que yo delegaba en aquellos dioses, y en aquella estúpida pestaña toda mi felicidad. Porque sabía que yo no tenía ni idea de dónde encontrarla. Pero mientras soplaba le obligaba a darme la garantía de que elegiría lo mejor.
Aquella noche, con 15 años conseguí lo que quería. Después siempre me dio miedo volver a conseguir lo que deseo. Afrontar las consecuencias. O arrepentirme de haberlo deseado. 

Hoy, 17 años después, la escena ha sido muy diferente. Estaba cenando sola, en casa. Y he visto una pestaña en el borde del plato.  Creo que hacía tiempo que no ocurría porque no recuerdo exactamente el deseo de la última vez. Así que he decidido que hoy iba a darme un capricho. He seguido comiendo tranquilamente mientras pensaba. Así que he apartado todo a una esquinita del plato para no correr el riesgo de perder mi baza aplastada por un tenedor. He masticado despacio todas las opciones. Pero algunas me han dado miedo. Otras no hace falta ser un dios para darse cuenta de que no me convienen, aunque en cierto modo las desee... Y otras he dudado si realmente las deseo. He acabado de cenar sin llegar a ninguna conclusión. Así que he seguido haciendo mis cosas mientras pensaba en ello. Tan absorta y agilipollada que cuando me he dado cuenta acababa de fregar el plato.

Perdí mi baza. Con el consuelo de saber que no perdí nada en concreto.
Tan solo le pido al dios de las tuberías, que de todo lo que ha  pasado esta noche por mi cabeza, elija lo mejor.


Hoy, de camino a casa, a voces: My plan (The sunday drivers)

2 comentarios:

  1. QUÉ BUENO!
    No te lo creerás pero hace unos días recuperé un sombrero viejo que había por casa para hacer como Sabina, que ya he citado alguna vez.
    Pues ésta es una buena ocasión para descubrirse.
    Quizá para mí,este pequeño ritual que he adoptado, sea algo parecido, de alguna forma, al de la pestaña.Aunque sea más reciente.

    Muy bueno el post. Simplemente humano.
    Un saludote grandote.

    ResponderEliminar
  2. Dime que no es en sentido literal porque me parto de la risa...!! La sóla idea de imaginarme la escena, quitándote el sombrero delante de un ordenador, no tiene desperdicio...!! Sería un gesto loco pero entrañable.
    Sea en sentido literal o figurado, sabes que me halaga y te lo agradezco igualmente.
    PS: yo tengo un sombrero que compré este verano en la percha de mi entrada. Juro que acabo de ponérmelo y quitármelo ante esta pantalla como gesto de cordialidad contigo. Adoro las locuras entrañables!!

    ResponderEliminar