26 de noviembre de 2011

Amores ligeros

Hoy me sentí más y mejor halagada que nunca. Alguien que ha llegado a apreciarme mucho en muy poco tiempo me ha llamado “ligera”. Al oír esa palabra, mientras veía el aprecio y el cariño en sus ojos, me he quedado unos segundos descolocada. Pero en su pseudoespañol,  ha conseguido explicarme sorprendentemente bien, con los ojos brillantes, qué era “ligera”. Para ella, ligera es “una persona natural, que fluye, que flota, que no se ve oprimida ni se deforma en ninguna situación”.  Ha extendido su visión sobre mí: “una persona inquieta y un poco loca pero que transmite calma a la vez”. “Con una capacidad asombrosa para razonar y que no se deja llevar nunca por la ira ni por la tristeza”. Me ha dicho cosas como que nunca había conocido a nadie como yo. Me ha dicho que hablando de mí con un amigo le dijo que era “una mujer con huevos”. Que a la vista le parezco más joven, pero a la mente mucho más mayor. 

Muchas veces en mi vida me han transmitido el cariño con palabras. No es la primera amiga que me ha dicho claramente cuánto me aprecia. Pero sí es la primera persona que me lo ha explicado tanto y tan bien. Es la primera vez que alguien me pone un ejemplo concreto de mi comportamiento para apoyar cada una de sus conclusiones. Que me ha demostrado que es alguien capaz de fijarse y apreciar hasta el más mínimo detalle. 

Esta pequeña charla me ha servido para salir de allí henchida, halagada, agradecida. Pero sobre todo y por encima de todo, me ha servido para sentirme tremendamente afortunada de encontrar personas así por el mundo. Personas  para mí ligeras, como nubes,  con una capacidad infinita para absorber y condensar en sí mismas todo lo bueno que creen encontrar en los demás. Gente con la virtud de saber salir de su propio mundo para vivir en el de todos aquellos que se lo permitan. Ella me define como una persona increíble, pero yo creo que no tengo siquiera una milésima parte de esa virtud suya, de su sensibilidad. Y no lo he descubierto fortuitamente tras sus halagos. Ella es  tan ligera, que ya se intuye casi desde el primer día.  

Hoy tuvimos una pequeña charla sobre el amor. El amor simplemente a las personas que nos rodean. En su sentido más amplio, efímero y duradero a la vez. El que te hace disfrutar y dar y recibir cariño de la gente que vas encontrando a lo largo de tu vida y que tiene algo que aportarte. Desde que llegué aquí, no le he abierto mi corazón de par en par a nadie. En absoluto. Ni siquiera a ella. Ya tengo a mis pobres viejas amigas para cargar con esa cruz. Pero ni siquiera eso es necesario. Supongo que este tipo de amor es tan valioso precisamente por la carga de respeto que lleva. Imagino que hablo del mismo amor que ese que tanto hemos escuchado; del “amor al prójimo”. Ya sabemos que yo huyo de cualquier sentido religioso. Yo creo en lo que hay aquí abajo. Y no creo en la gente que sólo repite frases a coro una vez por semana, sino en la gente que lo ejecuta en su día a día. De una forma mucho más vulgar si queremos llamarlo así. En la gente que ama al prójimo en forma de abrazo, de sonrisa, en forma de buena compañía, en forma de ayuda. Hablo de tratar de ver la belleza de una rareza en lugar de llamarlo raro sin más. De preocuparnos por conocer en lugar de juzgar. Hablo de la gente que simplemente hace tu día un poco mejor. Gente que observa tus ojos para saber si hoy te encuentras bien. Y cuando no estás bien, aunque digas lo contrario, y saben que no le vas a contar el porqué, ni siquiera preguntan. Simplemente hacen algo sencillo pero maravilloso o inesperado para hacerte un poco más feliz. Y cuando preguntas el porqué encima te dicen que te lo mereces, porque el simple hecho de conocerte para ellos es ya algo muy valioso y tan sólo pretender cuidarlo.  Y es que, afortunadamente, este amor es así. Dar un poco de felicidad a los demás te hace ser un poco más feliz a tí. Es la pescadilla que se muerde la cola más bonita que me he encontrado nunca. 

Quizá todo esto suene demasiado hippie, idealista o romántico. No me he vuelto loca ni me he tragado a Mimosín. Sigo siendo la misma persona que se cabrea con las señoras que te quitan el asiento en el metro, que no soporta a los chulos, o que hace malos gestos cuando encuentra a una mujer conduciendo como un caracol… Igual con un poco de hierba en los bolsillos la vida podría ser un mar de amor las 24 horas del día. Pero no es el caso... Cuando oímos la palabra amor tendemos a pensar en ternura, bondad, paz, belleza.... Las imágenes que pasan por nuestro cerebro se ralentizan. Pero como digo, yo hablo de algo mucho más vulgar. En definitiva, hablo de amores ligeros. En los que no es necesario conocer al otro en su más absoluta intimidad. El amor del que yo hablo se puede disfrutar un día cualquiera, en una escena tan cutre como una escalera en la calle, con una taza de café en la mano, mientras uno habla del “amor al prójimo”. Y hoy una de las tantas personas a las que yo “amo” así me demostró que afortunadamente hay más gente en el mundo dispuesta a amar. Y me dio mi dosis diaria de una forma especial. 

En honor a Joaquín Sabina, Miguelón que me da buenas ideas y la gente capaz de amar de forma ligera, hoy soy yo la que se quita el sombrero. 

Una de las cosas que me gusta compartir con la gente a quien quiero es la música. Esta fue la última canción que comentamos juntas esta gran persona y yo.



21 de noviembre de 2011

Un mal año


Quién no se ha sentido tentado de plantar una semilla estéril; en la época inapropiada, en una tierra aún sin labrar. Sólo porque la tienes en tus manos y todo el tiempo del mundo para regarla y ver cómo nunca crecerá.

Quién no ha tenido la tentación de precipitarse y no esperar siquiera las lluvias sólo porque el año anuncia ser seco. Este, y el siguiente, y el próximo también. Porque el tiempo definitivamente cambió. Hubo una gran glaciación. Y algún otro fenómeno pequeño más. Y, cual viejo dinosaurio, hay semillas que ya no son de este planeta. Que ya nunca más crecerían bajo una lluvia ahora escasa y repentina. Bajo una lluvia que ya no desborda los ríos porque las márgenes se separaron, agrandando el cauce en el que ahora hay sitio y forma para mucho más que una ligera lluvia de primavera, que se detiene como burla a tu emoción tras la segunda gota.

Quién no se sentó entre sueños a mirar una tierra yerma y soñó recolectar. En un campo sin viejos trillos ni modernos códigos de barras en las cajas de abono. En un paisaje con una bella campesina que canta con una regadera rosa en la mano y una falda impoluta con puntilla. En un mundo donde sólo eso basta para hacerlo todo brotar.  


Imagen: Jean-François Millet (L´Angélus) Curiosa la historia de este cuadro que obsesionó a Dalí
Y ahora que aún huele a fin de semana y semillas hueras... 


16 de noviembre de 2011

Ojos que no ven...


No me digas que es verano
si no puedo salir a pasear.
No me cuentes lo que podría haber sido
si sabes que nunca lo será.
No me hables de lo bello que es por dentro
si no vas a dejarme entrar.
No quiero saber lo que guardas
por simple curiosidad.
Ni quiero saber qué te falta
si nunca te lo podré dar.
No me ofrezcas papeles
que no puedo interpretar.
Ni me pongas en escenas
que no tienen final.
Dime que es invierno
y que nunca más amanecerá.
Que no guardas nada dentro,
ni te falta nada más.
Dime que todos se fueron
y ya no queda nadie a quién esperar.



El título que hoy rescaté y no con poco sentido, me inspiró:


9 de noviembre de 2011

La gula

Llevo tiempo pensando en ello. O mejor dicho, pensando en por qué no lo recuerdo. Pensar en algo no se parece en nada a recordarlo. Hace tiempo que ningún olor, canción o imagen me hace recordar nada de aquellos años atrás. Tantos años de mi propia vida ahora me parecen ajenos. Me parece la historia de otro que un día escuché prestando poca atención, y que olvidé nada más acabar la conversación. Y en el fondo no es justo. Es como si esta guerra se resumiera en tan sólo la última batalla. Es un sentimiento contradictorio. Todos dicen que cuando se deja atrás una etapa de tu vida, lo mejor es olvidarla y seguir adelante. Así que yo hice eso, lo mejor; la olvidé. Pero hacer lo mejor me ha hecho sentirme realmente culpable a ratos. 

Hace poco tiempo le contaba una anécdota a un nuevo amigo. Recuerdo el día en que murió mi abuela. Yo era una adolescente bastante joven. Mis padres salieron de viaje inmediatamente y yo me quedé en casa de una buena vecina. Lloré durante todo el día. Mi vecina como es lógico en esta situación tenía una normal y medida preocupación por mí. Lamentaba la situación y cuidaba de una adolescente triste que acababa de perder a su abuela. En estas situaciones uno se esfuerza por animar al otro, por calmar su llanto, por verle un poco mejor. Pero qué ocurriría si en efecto te parece verle mucho mejor? Mi vecina me ofreció una tila porque según ella “entendía perfectamente que en aquella situación no tuviera ni ganas de comer”. El caso es que yo nunca dije eso. Estaba realmente triste, pero pocas veces en mi vida una tristeza o preocupación me han quitado el apetito un día entero. El resultado fue que me tomé aquella tila mientras lloraba de verdad, pero a la vez me moría de hambre. Sentía vergüenza de decir que tenía hambre. Supuse que pensaría que soy un animal sin sentimientos que pretende comer tan sólo horas después de que su pobre abuela hubiera muerto. Mi vecina no quería verme llorar, no quería verme triste. Pero qué hubiera pensado si de repente le pareciera que en efecto estaba mucho mejor, comiendo como si nada…? Eso fue lo que estúpidamente pensé, y me quedé sin comer.

Digamos que ya no tengo edad de "dejar de comer" por guardar las apariencias. Esta vez, después de otro llanto, dije en voz alta que tenía hambre. 
Todo el mundo insiste en verte bien. Te hablan de las mil maneras de recuperarte. De ver el lado positivo. Y esta vez no me hizo falta tomar nota. Ya tenía mis propias notas en mente. Y antes de lo que muchos pensaban me recuperé. No querían verme llorar, así que dejé de hacerlo. No me creían culpable, así que dejé de sentir que lo era. Me mostraban cosas positivas y yo acabé viendo más de las que nadie podía haberme enseñado. Me creyeron valiente y yo llegué a sentirme orgullosa de serlo. Busqué con ganas un cambio de aire. Aprendí a ilusionarme, a dudar, a soñar y despertar. Aprendí a sonreír, a sanar, a tragarme el orgullo y no huir. A saborear la puta sal del agua cuando ahoga y escuece. A escuchar a los dioses y tocar la agridulce locura. A parar frenando en seco y también a dejarme llevar. A llegar a casa y llenar el maletero. Pero sobre todo aprendí a empeñarme en buscar siempre lo positivo en cualquier situación. 

Pero desde entonces, muy de vez en cuando, me siento culpable por encontrarlo. Por ser una listilla con gula que se come la vida y aprende tanto…  



Lo malo de esta canción es que en el coche no puedo cerrar los ojos. Es mi forma preferida de escucharla...

5 de noviembre de 2011

Querida ministra...

Llevamos varios días recibiendo correos electrónicos en el trabajo con respecto a una “importante” visita que tendremos en unos días. Nos lo han recordado por activa y por pasiva. Se ha especulado sobre la hora de la estelar entrada. Finalmente se ha concretado. Nuevo mail para rogar a todo el mundo que haga un hueco en sus quehaceres diarios y sea puntual para estar “preparados” para el recibimiento. No puedo decir que haya sido un revuelo escandaloso, ni mucho menos…  Afortunadamente el único revuelo debe estar en los preparativos de aquellos pocos que hacen “política” dentro de un centro de investigación. El resto, la mayoría, somos más de estratos inferiores y nos importa más bien poco quien venga o deje de venir con tal de que no nos contamine nuestros cultivos de células al estornudar ni nos ocupe nuestro turno del famoso inverted confocal.  A mí personalmente me preocupa mucho más que ese día funcione la máquina de café y que haya sitio al llegar para aparcar…
De repente hay que limpiar, pintar, decorar…. Da igual si el resto del año trabajaras en un antro gris, oscuro y sucio (Tampoco es ese el caso…). Pero ese día no. Hay que ser gilipollas. Nos pasamos la vida quejándonos a los políticos de nuestros pocos recursos y el día que vienen a vernos queremos demostrarles que no nos falta de nada. Que nos sobra dinero hasta para tener flores en la entrada.
La ciencia que yo hago a diario en mi mesa no está politizada. La que hacen las personas que han pensado en que hay que pintar, poner flores, que nos ruegan puntualidad y que se pondrán su mejor traje para la foto, sí. Pero por supuesto esto no es una crítica a nadie en concreto. Si yo estuviera en su lugar haría exactamente lo mismo. Quizá por eso ni lo estoy ni quiero estarlo.
Llevo un par de días dándole vueltas.  En algunos de los ratos en que uno trabaja en algo mecánico y rutinario se puede permitir el lujo de dejar de pensar en lo que está haciendo y dar rienda suelta a la imaginación. Yo normalmente en esos ratos arreglo el mundo, o pienso en cómo será el hombre de mi vida, o en qué haré este fin de semana, o en el sexo, o en mi amiga que hace mucho que no hablo con ella, en el desorden que hay en mi casa, en que tengo que comprar papel higiénico, en una canción….(etc etc etc). En definitiva, supongo que como todo el mundo. Y esta vez me dio por imaginarme una conversación. Más bien un monólogo frente a nuestras queridas ministras. Así, en plan heroína. Me imaginaba en el salón de actos. A las once en punto. Con mi pantalón “hippie” mal planchado y mi paquete de tabaco en la mano. Turno de ruegos y preguntas. Coloquio con los investigadores. Pues a mí sí que me apetecería una charla con ellas…
“ Señora ministra, en primer lugar me gustaría que supiera que he dejado mis cultivos celulares aparcados durante dos horas para venir a recibirla. Eso significa, que hoy, en lugar de trabajar 12 horas como de costumbre, es probable que acabe echando 14 si quiero acabar… Pero he hecho el esfuerzo porque me apetecía mucho darle mi particular visión sobre la ciencia en España. Los científicos, en general, somos personas capaces y preparadas. Tenemos los conocimientos necesarios para hacer cosas tan útiles como hallar el origen de multitud de enfermedades que usted misma podría padecer algún día. Para ayudar a su diagnóstico y por tanto a su tratamiento. En menos de un día yo misma podría decirle si es usted portadora de varias mutaciones que podrían dar lugar a una enfermedad fatal en sus descendientes. No somos genios, pero sí que podemos hacer cosas bastante útiles. En cambio, ¿sabe usted a lo que dedicamos aproximadamente un 30% de nuestro tiempo?
- A ordenar facturas y albaranes. Porque no hay dinero para contratar a nadie que lo haga. Albaranes de productos por los que pasé más de tres días navegando en la red en busca del más barato.
-A fregar más cacharros de los que friego en mi propia casa. Porque no hay dinero para contratar a alguien que lo haga.  Ya de paso sea dicho que llego a mi casa tan tarde que no tengo demasiado tiempo para ensuciar cacharros.
-A hacer de doble de MacGyver. Arreglando aparatejos rotos y haciendo el pino puente para fabricarme un ultra-mega -secuenciador con dos cajas de zapatos.
-A ir al chino a comprar laca de uñas, estropajos, y pastilleros. Esto es literal. Todos ellos en sustitución de otros productos mucho más sofisticados, caros y reglamentarios  que sirven para cosas que no tienen nada que ver con los objetos en cuestión.
Estas y muchas otras cosas son mis tareas diarias. Por las que me pagan este grandioso sueldo de doctor. Un sueldo sobre un papel, parte del cual yo nunca he visto  porque va destinado a esos necesarios impuestos que todos pagamos. Y que sirven (entre muchísimas otras cosas útiles), a pagarle por ejemplo a usted esta viaje. Con su coche, su escolta, con su billete de avión, su hotel y su pensión “repleta”, más que completa diría yo…
Como verá, un viaje muy similar a cuando nosotros, los científicos, viajamos a esas estupideces que se llaman congresos.  Donde hacemos tonterías como intercambiar información, conocimiento y aprender cosas nuevas. A propósito de esto, acabo de recordar que olvidé una de esas tareas en la que también me doctoré: pasar horas frente al ordenador tratando de buscar el hotel más cutre y barato de toda la ciudad del congreso. Por supuesto, que no se nos pase por la cabeza la idea de tener intimidad y pedir una habitación individual. Si es triple, con baño compartido, mejor que mejor. Y si no conoces demasiado a tus compañeros de habitación, pues te tomas un café con ellos en el aeropuerto y listo!  Al llegar con tu maleta, el bolso, el portátil, el póster y tu madre al teléfono preguntando si has llegado bien, no te vayas a creer un dios y pidas un taxi que te lleve hasta el hotel. Mejor a sudar al metro, así tienes ocasión de discutir con tus nuevos compañeros quién se ducha primero. Y al volver y pedir mis dietas, no crea usted que pido lo que me corresponde. Tengo el defecto de pedir tan sólo lo que me costó el bocata del camino. La ciencia es más importante que mi estómago. Con lo que me hubiera gastado en un menú del día podemos comprar aquí dos paquetes de folios de los gruesos!!! …”

Bueno, pues todo eso y mucho más había en mi monólogo… En definitiva, nunca he sido una rebelde. Y nunca lo seré. Evidentemente jamás montaría semejante numerito en mi centro de trabajo. Pero sueño con que alguien lo hiciera e hincharme a aplaudir.
Mi cabeza y este blog son de los pocos sitios donde puedo decir libremente todo lo que me da la gana. Así que en ambos sitios lo he hecho… 


Hablando de rebeldes, una canción de Mano Negra que me hace mucha gracia


2 de noviembre de 2011

No way out

Poco después de empezar aquel viaje ya me di cuenta de que no conocía el terreno.  Así que nunca pisé a fondo. Sabía que no tardaría en tener que frenar en seco… 

Anoche creí estar parada por completo. En realidad lo creo a ratos desde hace tiempo. Incluso cuando observo movimiento. Lo creo cuando topo con algunas de esas fosas que encuentro en el camino. Ya no muero en todas. Aprendí a saltarlas. A veces ya ni siquiera se me acelera el pulso por el esfuerzo. 

Anoche, llevaba varios días parada, sin observar movimiento.
Pero desabroché tu camisa en otro cuerpo. Cambié  tus caricias de verdad insegura por otras de mentira certera. Cerré los ojos por fuera mientras miraba tu cara por dentro.  

Anoche me creí parada, pero me estrellé contra tu olor mientras acariciaba su pelo. 

Mi mundo gira a pesar de todo. Aún se mueve a ratos algo por dentro. Seguiré tratando de pararlo en vano. Pero sé que algún día cambiará la dirección del movimiento.  

Hoy me apeteció una de mis preferidas: Creep (Radiohead)