28 de marzo de 2013

Nude






Una mirada sabia
que me desnuda hasta el alma.
Unos ojos, los míos,
que  con su vida propia ríen y aman,
odian y temen  cuando les viene en gana.
Hablan sin antes preguntar
si es el momento o el lugar.
Contradicen mis palabras
sin que pueda hacer nada. 
El placer del miedo que desata
quien sabe desnudarme bien
el cuerpo y la mirada.

Llevo  días reparando de modo especial en algo tan cotidiano como extraordinario. Mi cerebro está hoy lleno de ojos. De miradas breves pero infinitamente expresivas. De las de fácil traducción.
No pude dejar de pensar en la mirada de ese  viejo tendero cuando esta tarde, una pareja de gays entró en la tienda y comenzaron a probarse maquillajes, coloretes y sombras de ojos.
En la mirada de esa señora  que se cruzó conmigo de camino a la tienda mientras cantaba con sentimiento y en voz involuntariamente alta “…hoy te la meto hasta el mismo corazón…”
En la mirada de ese alguien que desde el brazo, subió sus ojos hasta los míos,  tras un breve contacto físico para darle las gracias por un favor.
En la de ese viejo desconocido, que muerde mi nariz y me pide que le mire a los ojos de cerca mientras me describe como nadie lo apasionante de una mirada. 

Es el infinito lenguaje de los ojos. Los órganos más versátiles de nuestro cuerpo. No es necesario que cambien de color ni forma, ni se muevan un solo centímetro de su sitio, ni emitan ningún sonido para expresar tanto... No les hace falta porque tienen vida propia; la mirada.

Alguien me dijo hace poco que la mirada no engaña. Otro alguien me dijo hace algo más de tiempo, que no me reía con los ojos. No pude evitar unir ambos momentos en el tiempo. Y es que ambos  estaban cargados de razón. Los ojos no solo miran y lloran; también ríen, aman, odian, temen… Emiten sentencias inaudibles pero tan claras como “qué coño hacen estos dos mariconazos…” Hasta las mal llamadas “miradas inexpresivas” tienen su traducción. Y las “miradas perdidas” siempre andan en algún lugar.

Cuando hablamos con cualquiera a diario, no solemos  paramos a pensar en si le estamos mirando mucho o poco, si lo hacemos de forma directa, si es a intervalos o constante… El día que reparas en ello, sé por experiencia que  la conversación más amable y cotidiana puede acabar resultando tensa e interminable. Con suerte, si el contrario está concentrado, aquella conversación puede seguir discurriendo de forma aparentemente natural sin que nunca llegue a saber que mientras él hablaba tú has hecho toda una tesis sobre el tiempo prudente de mirada sostenida, la frecuencia de parpadeo, la intensidad correcta, el número de desvíos de mirada, hacia dónde desviarlas, cuánto tiempo para no parecer desinteresado… 

Siempre me costó mirar a los ojos cuando tomo conciencia de que lo estoy haciendo. Principalmente con aquellos a los que amé. Siento una pueril vergüenza. Algo más hacia dentro supongo que me hace sentir vulnerable. Porque una mirada sabia, te desnuda hasta el alma.



Arriba, la mirada acumulada al final del día. Y abajo, como siempre, el sonido más escuchado hoy.