El dolor por la pérdida de un ser querido es indescriptible
e incalculable. Y tremendamente dependiente del grado en que forman parte de
nuestras vidas.
Muchos se van de nuestro lado gobernados por esa “ley de
vida”. Otros muchos se nos van por otras leyes
que, los que nos quedamos aquí , aún no acertamos a comprender. Sea como fuere la muerte es una dictadura
universal y no hay lugar para el exilio donde ella no reine. Sencillamente, vivir mata.
Quien un día recibe esa puñalada en el estómago, tardará más o menos en cicatrizar. Algunos
incluso jamás lo harán. Pero no les queda más opción que despertar de los
sueños cada mañana. Y durante un tiempo,
que se hace eterno, cada vez que sus párpados se levantan, encienden el
interruptor del dolor, la incredulidad, la vuelta a la realidad.
Desde la perspectiva que me da la lejanía, en el tiempo y el
espacio, hoy miro aquella foto y siento que el mundo ha cambiado un poquito al no tenerte aquí ya.
Y seguirá cambiando, hasta que casi no reconozcas este
sitio en el que un día estuviste.
Mañana la rutina nos adormecerá y todos volverán a sus
quehaceres sin más, sin saber que el mundo hoy ya no es igual.
Pensando en alguna canción recordé a alguien que también se fue por una de esas leyes injustas.
Siempre he creído en el destino. Digamos que tengo fe. Pero
como con cualquier tipo de fe, siempre me pregunto si no es un eufemismo de
“dejadez”, un intento de esquivar nuestra responsabilidad sobre nuestro propio
futuro.
La fe en el destino es como ese típico amigo que te apoya
hagas lo que hagas. Cuando tomas una decisión te anima a llevarla a cabo; asiente
con la cabeza mientras lanzas tus porqués, te dice que estás en el camino
correcto… Cinco minutos más tarde, cuando te echas atrás, te dice que llevas
razón, que en el fondo era mejor no hacerlo.
Con amigos como el destino uno siempre se siente bien haga lo
que haga. Él nunca te falla, nunca contradice, siempre está ahí, mostrando su apoyo incondicional. Mi voluntad
fue siempre su voluntad.
Así que si no entiendes por qué me fui,
no preguntes, confía en él.
Hoy no me dejó llamarte.
Mañana no me dejará volver.
Nunca pensé que una canción de este hombre me pudiera gustar. (Prejuicios...sólo hay que pararse a escuchar su voz)
Llevo días reparando de
modo especial en algo tan cotidiano como extraordinario. Mi cerebro está hoy
lleno de ojos. De miradas breves pero infinitamente expresivas. De las de fácil
traducción.
No pude dejar de pensar en la mirada de ese viejo tendero cuando esta tarde, una pareja de
gays entró en la tienda y comenzaron a probarse maquillajes, coloretes y
sombras de ojos.
En la mirada de esa señora que se cruzó conmigo de camino a la tienda mientras
cantaba con sentimiento y en voz involuntariamente alta “…hoy te la meto hasta
el mismo corazón…”
En la mirada de ese alguien que desde el brazo, subió sus ojos
hasta los míos, tras un breve contacto físico
para darle las gracias por un favor.
En la de ese viejo desconocido, que muerde mi nariz y me pide
que le mire a los ojos de cerca mientras me describe como nadie lo apasionante
de una mirada.
Es el infinito lenguaje de los ojos. Los órganos más versátiles
de nuestro cuerpo. No es necesario que cambien de color ni forma, ni se muevan
un solo centímetro de su sitio, ni emitan ningún sonido para expresar tanto...
No les hace falta porque tienen vida propia; la mirada.
Alguien me dijo hace poco que la mirada no engaña. Otro
alguien me dijo hace algo más de tiempo, que no me reía con los ojos. No pude
evitar unir ambos momentos en el tiempo. Y es que ambos estaban cargados de razón. Los ojos no solo
miran y lloran; también ríen, aman, odian, temen… Emiten sentencias inaudibles
pero tan claras como “qué coño hacen estos dos mariconazos…”Hasta las mal llamadas “miradas
inexpresivas” tienen su traducción. Y las “miradas perdidas” siempre andan en
algún lugar.
Cuando hablamos con cualquiera a diario, no solemos paramos a pensar en si le estamos mirando mucho
o poco, si lo hacemos de forma directa, si es a intervalos o constante… El día
que reparas en ello, sé por experiencia quela conversación más amable y cotidiana puede acabar resultando tensa e
interminable. Con suerte, si el contrario está concentrado, aquella conversación puede seguir discurriendo de forma aparentemente
natural sin que nunca llegue a saber que mientras él hablaba tú has hecho toda
una tesis sobre el tiempo prudente de mirada sostenida, la frecuencia de
parpadeo, la intensidad correcta, el número de desvíos de mirada, hacia dónde
desviarlas, cuánto tiempo para no parecer desinteresado…
Siempre me costó mirar a los ojos cuando tomo conciencia de
que lo estoy haciendo. Principalmente con aquellos a los que amé. Siento una
pueril vergüenza. Algo más hacia dentro supongo que me hace sentir vulnerable. Porque
una mirada sabia, te desnuda hasta el alma.
Arriba, la mirada acumulada al final del día. Y abajo, como siempre, el sonido más escuchado hoy.