1 de septiembre de 2011

Aprendiendo a ilusionarse



Lo perdí hace ya tiempo. Y creo que sí que intenté buscarlo, aunque no sabía muy bien dónde. Pensé que podría volver a encontrarlo en cualquier sitio, como esos pendientes que me quito cada noche y voy dejando en lugares diferentes sin poner cuidado. Siempre están ahí al día siguiente, en alguno de los lugares que diariamente recorro apoyando cosas. Basta con recorrer de nuevo esos sitios, casi de forma inconsciente, y siempre aparecen, siguiendo los mismos pasos hacia atrás. Y cada mañana me los pongo de nuevo sin más, sin que nunca se me ocurra pensar que soy afortunada por encontrarlos, que un día podría descuidarme y perderlos.
 Pero esta vez olvidé los pasos. Parece como si hubiera aparecido aquí de repente, sin haber pasado por ninguno de esos muebles ni mesitas por los que diariamente uno va abandonando cosas.  Olvidé qué es lo que me he ido quitando cada noche antes de dormir hasta acabar desnuda. Y olvidé la sensación de llevar todas esas cosas encima.
Intenté mil veces engañarme a mi misma y volver a vestirme con lo que tenía a mano. Pero todo lo que había tenía arrugas, olía a usado, a cerrado…
Y cuando ya estaba cansada de buscar y empezaba a asumir que las cosas se pierden sin más y que no hay que darle más vueltas, me tropecé con alguna de ellas.
Y no estaban en ninguna de aquellas mesitas, en ningún rincón camino de mi dormitorio. Lo fui encontrando en un pasillo, en una máquina de café, en un rato al sol, en un garaje, en una habitación extraña, en el metro Buenos Aires, en una noche de risas con sidra…
Lo encontré tras una sonrisa, tras una indirecta, tras una frase acertada. Fui encontrando alguna de esas cosas que ya no recordaba siquiera haber perdido. Obviamente no estaban todas, pero aquello me devolvió las ganas de seguir buscándolas absolutamente todas.
Y me enseñó que no hay que obcecarse y recorrer una y otra vez los mismos rincones. Me enseñó que se pueden encontrar en los lugares más inesperados, en aquellos sitios en los que nunca se te ocurrió mirar a pesar de pasar todos los días por la mismísima puerta. Que las cosas que se pierden, hoy pueden estar detrás de esta sonrisa, e incluso, que mañana podrían estar tras cualquier otra; en Madrid, en Sevilla, en Alicante, quién sabe…
Y ahora procuro mirarme al espejo todos los días, y ponerme lo que me sienta bien. Intento aprender a ponerme esa camiseta carísima para trabajar, dormir y cocinar, por si mañana se pierde, se rompe o deja de sentarme bien.

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