29 de diciembre de 2011

En 10 segundos

Tragaba saliva al hablar, empujando la mitad de las palabras de vuelta hacia dentro. Aquel abrigo gris y grueso ocultaba las que caían desde la garganta directas al estómago. Donde solían quedarse varios días trabajando una mala digestión. Así había sido desde que la conoció. 

Nervioso, miró una vez más el semáforo; aquel pequeño muñeco brillante aún seguía rojo. Los coches circulaban trazando líneas que discurrían paralelas. Dibujando la frontera que había en el viaje sin retorno hacia el otro lado de la acera. 

El aire frío le secaba los labios. Se los humedeció despacio, con miedo a que resbalara algo que no quisiera decir. Y se tapó las orejas con la bufanda, como queriendo evitar escuchar lo que estaba a punto de oír.

-Es tarde. Debería irme.-

Ella metió la mano en su bolsillo y sacó un trozo de papel doblado. Extendió su mano y se lo dio. Con los dedos helados lo abrió despacio, desdoblando las equinas. Le había anotado su nueva dirección. Incluía un código postal, a 1000 Km del que ahora ocupaban. Un código postal… Aquel detalle poco importaba para una visita que no fuera por carta. 

Recordó aquella primera vez, hace meses, cuando ella le escribió su número de teléfono en la servilleta de aquel bar. 

Tras su espalda algo cambió repentinamente. Mientras la miraba a los ojos, vio reflejada una luz verde en su melena oscura. Giró la cabeza. Los coches se habían detenido. La frontera estaba abierta. Buscó en su estómago algo que apagara aquella luz, pero no tuvo valor. 

 -¿Volverás algún día?- 

-No se puede volver a donde nunca se estuvo- 

Cruzó la calle. Y mientras la veía alejarse, el estómago se le llenó. 


El concierto que hoy di...."La demeure d´un ciel". (Camille)



03 - la demeure d'un ciel.mp3

26 de diciembre de 2011

Agujeros

 
Los sueños conscientes de los que uno cree despertar a veces vuelven a nacer inconscientes en una siesta cualquiera. Al caer el párpado se levantan las prohibiciones. 
Esos mismos sueños que viven en tus ojos abiertos y te quitas de la vista a manotazos, se cuelan de nuevo bajo el edredón, un día cualquiera, en cuanto cierras los ojos y tus manos quedan paralizadas por el profundo sueño. El guardián de la lógica se va junto con la conciencia al dormir. Y sólo al despertar te das cuenta de que su ausencia en las horas de sueño se aprovechó para quebrantar la ley. Para romper los pactos y las promesas.
Y al despertar y recuperar la movilidad te preguntas si debieras volver a la técnica del manotazo. Levantarte firme, abrir bien los ojos, y empezar la minuciosa búsqueda de los agujeros en tu edredón. Y coserlos para siempre. Para que nada previsto se vuelva a colar de forma imprevista. 
O si por el contrario tanta persistencia merece un poco más de tu atención. Si debieras poner la oreja en cada uno de esos agujeros y escuchar a tus sueños. Preguntarles desde dónde vienen. Cuánto tiempo llevaban pacientes, esperando, hasta colarse allí. Si de verdad algún día se fueron desde la última vez que les diste aquel contundente pero casi involuntario portazo.

Al despertar te preguntas si mañana debieras desarroparte de todo eso antes de dormir. O bien dejarte caer y luchar a oscuras por los agujeros sin salida desde donde gritan tus sueños. Y correr tras ellos.  


Hoy, una gran voz:

19 de diciembre de 2011

Los medios

Poco después de acabar la carrera, aún inocente e ignorante, recuerdo que envié decenas de CV.
Tan inocente e ignorante era, que sin ser consciente de ello envié una de mis solicitudes a uno de los más importantes investigadores de España. Yo no tenía la más remota idea de quién era aquel señor. Pero su respuesta fue sin duda la que más me llamó la atención. Recibí un mail agradeciendo mi interés. Y ya de paso, dándome algunas pistas… Me escribió unas palabras indicándome el perfil que andaba buscando para aquel puesto y me dijo que si después de leerlo seguía interesada, estaría encantado de concertar una entrevista conmigo.  

El perfil que describía era algo así (y cito textualmente):
“…alguien a quien le salga de modo natural pasarse en el laboratorio el día entero” (me pregunto cuántas horas tenía el día para este señor)
“… no importarle trabajar los fines de semana” (Teniendo en cuenta que no nos lo pagan, está bien la expresión “que no le importe”, pero me temo que no buscaba a alguien que no le importara, sino a alguien que diera por hecho que formaba parte de su horario)
“… no tomarse todas las fiestas, ni hacer puentes, ni tomarse 1 mes entero de vacaciones” (Lógico. Jamás se me ocurriría; todo eso es totalmente ilegal!!!) 
 “… maduro, no quiero jovencitos/as que vienen a socializar” (lo de jovencitos es un poco inevitable, es lo que tienen los recién licenciados. Por lo demás quizá tiene razón, al trabajo se viene a trabajar, los amigos ya te los haces fuera en los fines de semana. Ah, no…!!! Bueno, o en los puentes. Ah que tampoco se puede…!  Bueno, pues en mi mes de vacaciones… ¿?¿? Bueno, pues no hago amigos y ya está!)
“…los cafecitos, los corrillos en los pasillos, los cigarritos, etc.... todo eso me pone de los nervios”  (Pues a mí lo que me pone de los nervios es estar sin fumar ni tomar café más de 4 horas seguidas)
“…que no tenga problemas de timideces ni verguenzas a la hora de exponer en público” (es decir, que seas un maldito insociable pero alguien dicharachero, abierto y espontáneo dando charlas)
“… no quiero depresivos, ni resentidos, ni amargados, ni obsesivos, ni supersensibles, ni nada parecido” (Supongo que quería decir que no es un requisito previo, sino que ya se encargan ellos después de convertirte en un resentido y amargado)
Para finalizar, una “pequeña palmadita en la espalda”:
“…es duro, no te engaño, y no es algo hecho para cualquiera, son muchos años y muchos meses, y no se puede flojear nunca” (A esto no tengo nada que añadir. Fue lo más realista y sensato que escribió)

En definitiva… casi me hago pis encima del miedo. Corrí a enseñarle el mail a mis compañeros veteranos. Y cuando vieron el nombre del remitente no pudieron más que reírse de mi inocencia. 

A veces pienso que más que criticable, esta actitud es digna de alabanza. Más que nada por aquello de la sinceridad. Porque al final, sin que nadie nos lo advirtiera, muchos hemos acabado trabajando 12 horas, los fines de semana, los puentes y las vacaciones.  Eso sí, hasta ahora nadie ha intentado ni conseguido volverme insociable ni prohibirme mis rituales de café con cigarro a media mañana, después de comer y a media tarde también.

Esta historia me vino a la cabeza después de una pregunta que alguien me hizo hace unos días. Me preguntó qué es lo que buscaba en un hombre, o cómo me gustaría que fuera. 

Mi cabeza a veces parece una especie de batidora donde se hacen recetas incoherentes. Pero en el fondo todo tiene su sentido. Contesté que tan sólo deseo una persona que me haga feliz. Y eso me hizo recordar el mensaje de aquel señor, en el que supongo que no hubiera estado nada mal que dijera que tan sólo buscaba a una persona que trabajara bien. Al fin y al cabo el resultado es lo que importa, no? Podría haber dicho que es un trabajo duro, y él una persona exigente. Y que le daba igual cómo fueras o cómo lo hicieras siempre y cuando obtuvieras resultados.

Supongo que este señor da por hecho que quien hace corrillos, toma café, socializa y descansa los fines de semana, no puede trabajar bien. Aunque cumplir con todos sus requisitos tampoco es ni mucho menos garantía de éxito.

Pensando después en aquella pregunta, me di cuenta de que yo también tenía mi propio perfil en mente. Tenía en mi cabeza el ansiado CV del aspirante. Y pensé, que al igual que aquel señor, quizá no debería pretender que semejante individuo aparezca por mi vista. Y que tampoco en este caso cumplir con todos mis requisitos sería una garantía de éxito. Pensé que lo importante, en cualquier caso, es desear un buen resultado sin importar los medios sino el fin. 

Pero en realidad, al igual que aquel señor, yo también tengo mis prejuicios. Porque doy por hecho que sin algunos requisitos, el candidato no podría hacer un buen trabajo. Y también alguna que otra preferencia..., que si bien no es requisito imprescindible, sí que ayudaría a valorar muy positivamente la candidatura. 

Así que pensé que quería alguien inteligente. Alguien que me haga reír mucho. Optimista y con sentido del humor. No quiero depresivos, ni resentidos, ni amargados. Obsesivos, en su justa medida. Sensibles definitivamente sí.
Humilde, sencillo y generoso.
No quiero cotillas, ni tacaños, ni gruñones, ni aguafiestas. Todo eso me pone de los nervios.
Responsable y un poco loco. Que cante a gritos conmigo o que le divierta que yo lo haga. Que baile conmigo en el salón de casa, o en la calle, o en la estación de tren. No quiero supersensatos-serenos-inalterables hasta la médula.
Que disfrute de una noche loca de juerga hasta el amanecer. Que disfrute de un concierto. De un día tranquilo o de uno agitado. De estar tan sólo conmigo, un sofá y una manta. No quiero muermos. Ni locos insaciables.
Que me haga descubrir un nuevo libro, una nueva película, una nueva canción. Que me enseñe y aprenda de mí. Que tenga aficiones y buenos amigos. Que toque la guitarra. Que lea, estudie o se interese por cosas raras. Que le emocione su trabajo. Que le emocione una poesía o una canción.
Que haga regalos con más ideas que dinero.
Que le guste arreglar el mundo tomando un café.
Que me sorprenda con una aventura en canoa, con una excursión rara, con una actividad emocionante.
Que esté dispuesto a aprender, a cambiar, a tolerar, a enseñar, a apreciar, a disfrutar.
Que me deje a menudo estar a solas pero no me deje nunca estar sola.

Aquel señor soñaba con una máquina eficaz e insensible con sed de trabajo. Yo en cambio soy consciente de que no existe tal CV. O al menos de que no va a caer en mis manos en sólo una vida… Así que por eso, lo dicho; supongo que los medios son discutibles… lo indiscutible es el fin.

Alguien también me preguntó qué era exactamente lo que yo esperaba o me apetecía en este momento de mi vida. Y yo le contesté: “pseudoenamorarme”.
Joaquín Sabina lo explica mucho mejor que yo


16 de diciembre de 2011

El aduanero borracho

A veces tan sólo vemos lo que queremos ver. Nuestra retina es una aduana inconscientemente selectiva. Pequeños universos retinianos donde se pide pasaporte y todo tipo de documentación a la entrada. Y en cuanto algo no cuadra, entrada denegada. 

¿Cuál es el motivo de su entrada?  ¿Cuánto tiempo piensa usted quedarse? ¿Se quedará usted en las afueras o viajará por el nervio óptico para llegar hasta el centro?  Y si es así, ¿cuál es su intención una vez allí? ¿Pretende usted atentar contra el presidente de este cuerpo? ¿Es usted portador de algún tipo de arma hiriente?  ¿Alguna vez ha intentado obtener algo en este u otro cerebro bajo falso testimonio? 

Hay días en que el aduanero se levantó de buena mañana, tomó un buen desayuno, y durante su largo viaje hacia el trabajo se concienció de su tarea diaria. Entonces, probablemente tendremos la nación a salvo. Crearemos un mundo asquerosamente perfecto, donde sólo ciudadanos responsables y ejemplares circularán por sus calles de forma intachable y ordenada. Una nación donde impera el orden y la ley de la lógica. Una vida eficiente y práctica.

Pero también hay días en que el aduanero se fue anoche de farra. Y aún medio colocado, le parece divertido dejar pasar mercancías peligrosas. Material radiactivo, corrosivo, explosivo y virulento,  en manos de terroristas, revolucionarios y otros locos sin alma. 


Y como buena mercancía para mi cerebro, esta de Fito y Extremoduro.


10 de diciembre de 2011

Un poco de color

Hoy llené esta, la que no es mi casa, de bolas y cintas de colores. 

Como un reflejo de aquellas que sacaba frente a ti una vez al año, mientras me mirabas con cariño. Con la ternura que se mira a una niña tonta que aparca su cerebro un momento para dejarse llevar por la sencillez de la simetría y los colores. 

Y te sentabas en aquel enorme sofá mientras me mirabas jugar. Una aquí, otra igual detrás.  No ha quedado bien. Mejor vuelvo a empezar…. 

Aquella escena te divertía. Tanto como te desquiciaba limpiar mis rastros al acabar.  

Hoy saqué una a una. De dentro de una caja nueva que me llegó desde un sueño del que me tocó despertar.

La tuya seguirá en aquel armario empolvado. En la vieja caja de un sueño del que espero hayas despertado también ya. 

Hoy me pregunté si desde allí abajo se verán aquellas brillar.
O si seguirás esperando a la niña tonta de tus sueños para sacar tu árbol de navidad. 

Hoy no te eché de menos, para variar. 



Imagen: Navidad ´09. Puerta del Sol.
Mi vecina estará hoy harta de oir bolas caer y también de oirme cantar esto:

8 de diciembre de 2011

Un defecto...

Mi piel es blanca. Me mudé a la playa para solucionarlo, entre otras cosas…. Pero no conseguí más que blanquearme más y más. Será la genética. Mi madre es blanca también. Pero a sus años la blancura es de otro modo. Es un blanco bajo un fondo distinto. Nunca le pregunté cómo era a mi edad. Si tuviera que explicarle los motivos de mi pregunta entraríamos en una charla que no se tiene con una madre. Al menos no yo con la mía. 

Bajo el sol de Madrid ya era pálida. Pero es que con el paso del tiempo me he hecho transparente. Para bien o para mal. Y dejo ver las entrañas. Las que me avergüenzan y las que me enorgullecen. Las que el orgullo tapa y las que airea. Yo las enseño todas. Y creo que no habrá sol, por muchos años que pasen, que me broncee lo suficiente para que me oscurezca y deje de sacar las entrañas a pasear. Siempre acabaré dándole al botón "enviar". 

A veces pienso que no debiera... Que a alguien puede no interesarle mi vida visceral. Que cuando se enseña eso, no queda ya nada más que enseñar. Tan sólo el consuelo de una posibilidad; la de dar con alguien que aprecie el gesto de quien enseña sin esperar a cambio nada más. 


Mi otro defecto; escuchar repetitivamente lo que me obsesiona cada día. Hoy ha tocado esto:


2 de diciembre de 2011

En bucle

Me he quitado yo misma la ropa. Pensé que disimularía mirando un poco hacia otro lado. Pero estaba allí de pie. Mirándome. Esperando...  
Al menos iba preparada. Teníamos una cita. Así que mi ropa interior había sido cuidadosamente seleccionada antes de salir de casa. 
Quitarse las botas de un cremallerazo, de pie, no es un gesto muy fino, pero he intentando aligerarlo. Ya va haciendo frío y olvidé que llevaba unos calcetines de rayas sobre las medias que no iban demasiado con mi vestido. Así que he sido hábil y rápida en eso. Creo que no los ha llegado a ver. Ahora el vestido; de nuevo un cremallerazo. 
Cuando he acabado me ha tomado dulcemente la mano. Me he sentado y, despacio y elegantemente, me he recostado hasta tumbarme boca abajo. Su mano estaba caliente. “Empezamos bien…”. La música invita a relajarse. Pienso en qué disco estará sonando. “Creo que dejaré para el final la pregunta”. Una mano en mi muslo, acariciando suave. Al primer contacto he sentido cómo todo el vello se me erizaba. Creo que ha podido notar mi escalofrío. Hacía mucho tiempo que nadie me tocaba así. Cinco minutos después pienso en mi contrato. Esta mañana me lo renovaron. Puedo respirar tranquila unos meses más. “Respirar tranquila… Eso es lo que ahora debo hacer.” Dejarme llevar. No pensar. Sentir esa mano cálida que ahora aprieta mi muslo derecho. Ha subido hasta mi ingle y se ha parado ahí. Es la segunda vez que lo hace. Noto el calor en la entrepierna. “Para ya de pensar… Concéntrate y disfruta!!”. 
Cada minuto que pasa es mejor. Pero cada minuto que pasa es uno menos para que acabe.  Mañana ya no estaré aquí. Mañana ya no estaré flotando ni habrá manos calientes en mi muslo. Tendré que madrugar, salir corriendo antes de que me multen por no haber puesto el ticket y saltarme los semáforos para llegar pronto a trabajar. “Para! Para de pensar en eso!. Céntrate en el placer, desconecta y disfruta.” 
Sus dedos aprietan los míos. Despacio, con fuerza. Siento cómo la sangre se para y corre de nuevo al soltar. “Joder, qué sensación tan buena”. Pienso en la dilatación de mis venas por efecto del calor. Me imagino las células endoteliales, las que forman los vasos sanguíneos. Repaso mentalmente algunas de las reacciones que ocurren con el calor. “Así no hay manera...” Siento el placer mientras repaso los orgánulos de mis células.  “A propósito de células… cómo estarán las que dejé hoy maltrechas en el incubador del laboratorio???.  Dios, así no se puede...” 
El tiempo corre, ya llevamos un buen rato y esas manos no van a estar ahí eternamente. Quiero tener el encefalograma plano aunque sea unos segundos. "Me lo merezco!!!!"   
Me ha pedido que  me diera la vuelta. Ahora puedo ver su cara. Es dulce pero con un punto de picardía. No me he atrevido a mirar directamente a sus ojos. He cerrado los míos fingiendo que estaba abandonada a sus manos y sus maniobras. 
El tiempo, el tiempo me persigue. Creo que ya han sonado más de cinco canciones distintas. Eso indica que al menos llevamos allí… no sé, creo recordar que en la pantalla de mi coche la media de tiempo de las canciones es de 3-4 minutos. Aunque estas canciones parecen algo más largas... Vamos a poner cinco. Quizá han pasado entonces  20-25 minutos desde que me quité aquellas botas… Siento que llega el final, lo intuyo por sus movimientos, ahora más rápidos. Se me está escapando la oportunidad de disfrutar. En cuanto entré por la puerta lo supe. No saldría satisfecha. Quiero estar en este estado siempre. Si supiera que es para siempre no me obsesionaría con el fin. No tendría prisa por disfrutarlo. Y sin prisa, me relajo. Y si me relajo entonces podría abandonarme al placer incluso antes de 20 minutos. Otra especie de pescadilla que se muerde la cola. Últimamente estoy obsesionada con eso. Todo me parece una pescadilla que se muerde la cola. Todo parece un bucle. Los bucles son interesantes. Los sigo mentalmente con un diagrama de flujo en mi cabeza. Con sus flechas y todo. Esto me hace recordar el power point tan chulo que me está quedando para mi próxima reunión. He hecho un diagrama de flujo magnífico sobre los procesos tumorales con los resultados de mis experimentos. Creo que mi jefe va a flipar. “Diagrama de flujo…. Basta ya! Céntrate en tu flujo sanguíneo”. Siente las reacciones que esas manos están provocando en él.  Por un momento sólo he podido centrarme en el enorme rugido de tripas que ha salido desde lo más profundo de mí. “Qué vergüenza, joder!”  Se fue a la mierda lo poco que me estaba dejando llevar… Ya estoy otra vez tensa. 
De repente, ha sucedido. Ya lo imaginaba… Me ha tapado con la toalla y me ha susurrado amablemente que habíamos acabado. Ufffffffffffffff. He abierto los ojos como he podido y he mirado a aquella chica dulce. Le he dado las gracias por el magnífico masaje. Me ha dicho que debería hacerlo más a menudo, que me ha notado los músculos un poco tensos, pero que esperaba que aquella sesión de media hora me ayudara al menos durante unos días… Y también que tenía la piel un poco seca, me ha recomendado alguna de las cremas hidratantes que venden allí. No desperdician una sóla oportunidad… Ahora sí ha salido de la salita para dejarme vestirme a solas. Me he puesto mi ropa, con mis calcetines de rayas. Sentada en la camilla los he mirado fíjamente, mientras pensaba en que en aquella media hora no he hecho más que reproducir una maldita conducta que casi siempre va conmigo, en muchos aspectos de mi vida. Y que desde hace tiempo intento trabajar para dejarla atrás. Para disfrutar de algunas cosas hay que dejar de pensar. Pienso entonces en cómo dejar de pensar. El bucle de mi vida...

Hoy reproduje en bucle esta canción: 


26 de noviembre de 2011

Amores ligeros

Hoy me sentí más y mejor halagada que nunca. Alguien que ha llegado a apreciarme mucho en muy poco tiempo me ha llamado “ligera”. Al oír esa palabra, mientras veía el aprecio y el cariño en sus ojos, me he quedado unos segundos descolocada. Pero en su pseudoespañol,  ha conseguido explicarme sorprendentemente bien, con los ojos brillantes, qué era “ligera”. Para ella, ligera es “una persona natural, que fluye, que flota, que no se ve oprimida ni se deforma en ninguna situación”.  Ha extendido su visión sobre mí: “una persona inquieta y un poco loca pero que transmite calma a la vez”. “Con una capacidad asombrosa para razonar y que no se deja llevar nunca por la ira ni por la tristeza”. Me ha dicho cosas como que nunca había conocido a nadie como yo. Me ha dicho que hablando de mí con un amigo le dijo que era “una mujer con huevos”. Que a la vista le parezco más joven, pero a la mente mucho más mayor. 

Muchas veces en mi vida me han transmitido el cariño con palabras. No es la primera amiga que me ha dicho claramente cuánto me aprecia. Pero sí es la primera persona que me lo ha explicado tanto y tan bien. Es la primera vez que alguien me pone un ejemplo concreto de mi comportamiento para apoyar cada una de sus conclusiones. Que me ha demostrado que es alguien capaz de fijarse y apreciar hasta el más mínimo detalle. 

Esta pequeña charla me ha servido para salir de allí henchida, halagada, agradecida. Pero sobre todo y por encima de todo, me ha servido para sentirme tremendamente afortunada de encontrar personas así por el mundo. Personas  para mí ligeras, como nubes,  con una capacidad infinita para absorber y condensar en sí mismas todo lo bueno que creen encontrar en los demás. Gente con la virtud de saber salir de su propio mundo para vivir en el de todos aquellos que se lo permitan. Ella me define como una persona increíble, pero yo creo que no tengo siquiera una milésima parte de esa virtud suya, de su sensibilidad. Y no lo he descubierto fortuitamente tras sus halagos. Ella es  tan ligera, que ya se intuye casi desde el primer día.  

Hoy tuvimos una pequeña charla sobre el amor. El amor simplemente a las personas que nos rodean. En su sentido más amplio, efímero y duradero a la vez. El que te hace disfrutar y dar y recibir cariño de la gente que vas encontrando a lo largo de tu vida y que tiene algo que aportarte. Desde que llegué aquí, no le he abierto mi corazón de par en par a nadie. En absoluto. Ni siquiera a ella. Ya tengo a mis pobres viejas amigas para cargar con esa cruz. Pero ni siquiera eso es necesario. Supongo que este tipo de amor es tan valioso precisamente por la carga de respeto que lleva. Imagino que hablo del mismo amor que ese que tanto hemos escuchado; del “amor al prójimo”. Ya sabemos que yo huyo de cualquier sentido religioso. Yo creo en lo que hay aquí abajo. Y no creo en la gente que sólo repite frases a coro una vez por semana, sino en la gente que lo ejecuta en su día a día. De una forma mucho más vulgar si queremos llamarlo así. En la gente que ama al prójimo en forma de abrazo, de sonrisa, en forma de buena compañía, en forma de ayuda. Hablo de tratar de ver la belleza de una rareza en lugar de llamarlo raro sin más. De preocuparnos por conocer en lugar de juzgar. Hablo de la gente que simplemente hace tu día un poco mejor. Gente que observa tus ojos para saber si hoy te encuentras bien. Y cuando no estás bien, aunque digas lo contrario, y saben que no le vas a contar el porqué, ni siquiera preguntan. Simplemente hacen algo sencillo pero maravilloso o inesperado para hacerte un poco más feliz. Y cuando preguntas el porqué encima te dicen que te lo mereces, porque el simple hecho de conocerte para ellos es ya algo muy valioso y tan sólo pretender cuidarlo.  Y es que, afortunadamente, este amor es así. Dar un poco de felicidad a los demás te hace ser un poco más feliz a tí. Es la pescadilla que se muerde la cola más bonita que me he encontrado nunca. 

Quizá todo esto suene demasiado hippie, idealista o romántico. No me he vuelto loca ni me he tragado a Mimosín. Sigo siendo la misma persona que se cabrea con las señoras que te quitan el asiento en el metro, que no soporta a los chulos, o que hace malos gestos cuando encuentra a una mujer conduciendo como un caracol… Igual con un poco de hierba en los bolsillos la vida podría ser un mar de amor las 24 horas del día. Pero no es el caso... Cuando oímos la palabra amor tendemos a pensar en ternura, bondad, paz, belleza.... Las imágenes que pasan por nuestro cerebro se ralentizan. Pero como digo, yo hablo de algo mucho más vulgar. En definitiva, hablo de amores ligeros. En los que no es necesario conocer al otro en su más absoluta intimidad. El amor del que yo hablo se puede disfrutar un día cualquiera, en una escena tan cutre como una escalera en la calle, con una taza de café en la mano, mientras uno habla del “amor al prójimo”. Y hoy una de las tantas personas a las que yo “amo” así me demostró que afortunadamente hay más gente en el mundo dispuesta a amar. Y me dio mi dosis diaria de una forma especial. 

En honor a Joaquín Sabina, Miguelón que me da buenas ideas y la gente capaz de amar de forma ligera, hoy soy yo la que se quita el sombrero. 

Una de las cosas que me gusta compartir con la gente a quien quiero es la música. Esta fue la última canción que comentamos juntas esta gran persona y yo.



21 de noviembre de 2011

Un mal año


Quién no se ha sentido tentado de plantar una semilla estéril; en la época inapropiada, en una tierra aún sin labrar. Sólo porque la tienes en tus manos y todo el tiempo del mundo para regarla y ver cómo nunca crecerá.

Quién no ha tenido la tentación de precipitarse y no esperar siquiera las lluvias sólo porque el año anuncia ser seco. Este, y el siguiente, y el próximo también. Porque el tiempo definitivamente cambió. Hubo una gran glaciación. Y algún otro fenómeno pequeño más. Y, cual viejo dinosaurio, hay semillas que ya no son de este planeta. Que ya nunca más crecerían bajo una lluvia ahora escasa y repentina. Bajo una lluvia que ya no desborda los ríos porque las márgenes se separaron, agrandando el cauce en el que ahora hay sitio y forma para mucho más que una ligera lluvia de primavera, que se detiene como burla a tu emoción tras la segunda gota.

Quién no se sentó entre sueños a mirar una tierra yerma y soñó recolectar. En un campo sin viejos trillos ni modernos códigos de barras en las cajas de abono. En un paisaje con una bella campesina que canta con una regadera rosa en la mano y una falda impoluta con puntilla. En un mundo donde sólo eso basta para hacerlo todo brotar.  


Imagen: Jean-François Millet (L´Angélus) Curiosa la historia de este cuadro que obsesionó a Dalí
Y ahora que aún huele a fin de semana y semillas hueras... 


16 de noviembre de 2011

Ojos que no ven...


No me digas que es verano
si no puedo salir a pasear.
No me cuentes lo que podría haber sido
si sabes que nunca lo será.
No me hables de lo bello que es por dentro
si no vas a dejarme entrar.
No quiero saber lo que guardas
por simple curiosidad.
Ni quiero saber qué te falta
si nunca te lo podré dar.
No me ofrezcas papeles
que no puedo interpretar.
Ni me pongas en escenas
que no tienen final.
Dime que es invierno
y que nunca más amanecerá.
Que no guardas nada dentro,
ni te falta nada más.
Dime que todos se fueron
y ya no queda nadie a quién esperar.



El título que hoy rescaté y no con poco sentido, me inspiró:


9 de noviembre de 2011

La gula

Llevo tiempo pensando en ello. O mejor dicho, pensando en por qué no lo recuerdo. Pensar en algo no se parece en nada a recordarlo. Hace tiempo que ningún olor, canción o imagen me hace recordar nada de aquellos años atrás. Tantos años de mi propia vida ahora me parecen ajenos. Me parece la historia de otro que un día escuché prestando poca atención, y que olvidé nada más acabar la conversación. Y en el fondo no es justo. Es como si esta guerra se resumiera en tan sólo la última batalla. Es un sentimiento contradictorio. Todos dicen que cuando se deja atrás una etapa de tu vida, lo mejor es olvidarla y seguir adelante. Así que yo hice eso, lo mejor; la olvidé. Pero hacer lo mejor me ha hecho sentirme realmente culpable a ratos. 

Hace poco tiempo le contaba una anécdota a un nuevo amigo. Recuerdo el día en que murió mi abuela. Yo era una adolescente bastante joven. Mis padres salieron de viaje inmediatamente y yo me quedé en casa de una buena vecina. Lloré durante todo el día. Mi vecina como es lógico en esta situación tenía una normal y medida preocupación por mí. Lamentaba la situación y cuidaba de una adolescente triste que acababa de perder a su abuela. En estas situaciones uno se esfuerza por animar al otro, por calmar su llanto, por verle un poco mejor. Pero qué ocurriría si en efecto te parece verle mucho mejor? Mi vecina me ofreció una tila porque según ella “entendía perfectamente que en aquella situación no tuviera ni ganas de comer”. El caso es que yo nunca dije eso. Estaba realmente triste, pero pocas veces en mi vida una tristeza o preocupación me han quitado el apetito un día entero. El resultado fue que me tomé aquella tila mientras lloraba de verdad, pero a la vez me moría de hambre. Sentía vergüenza de decir que tenía hambre. Supuse que pensaría que soy un animal sin sentimientos que pretende comer tan sólo horas después de que su pobre abuela hubiera muerto. Mi vecina no quería verme llorar, no quería verme triste. Pero qué hubiera pensado si de repente le pareciera que en efecto estaba mucho mejor, comiendo como si nada…? Eso fue lo que estúpidamente pensé, y me quedé sin comer.

Digamos que ya no tengo edad de "dejar de comer" por guardar las apariencias. Esta vez, después de otro llanto, dije en voz alta que tenía hambre. 
Todo el mundo insiste en verte bien. Te hablan de las mil maneras de recuperarte. De ver el lado positivo. Y esta vez no me hizo falta tomar nota. Ya tenía mis propias notas en mente. Y antes de lo que muchos pensaban me recuperé. No querían verme llorar, así que dejé de hacerlo. No me creían culpable, así que dejé de sentir que lo era. Me mostraban cosas positivas y yo acabé viendo más de las que nadie podía haberme enseñado. Me creyeron valiente y yo llegué a sentirme orgullosa de serlo. Busqué con ganas un cambio de aire. Aprendí a ilusionarme, a dudar, a soñar y despertar. Aprendí a sonreír, a sanar, a tragarme el orgullo y no huir. A saborear la puta sal del agua cuando ahoga y escuece. A escuchar a los dioses y tocar la agridulce locura. A parar frenando en seco y también a dejarme llevar. A llegar a casa y llenar el maletero. Pero sobre todo aprendí a empeñarme en buscar siempre lo positivo en cualquier situación. 

Pero desde entonces, muy de vez en cuando, me siento culpable por encontrarlo. Por ser una listilla con gula que se come la vida y aprende tanto…  



Lo malo de esta canción es que en el coche no puedo cerrar los ojos. Es mi forma preferida de escucharla...

5 de noviembre de 2011

Querida ministra...

Llevamos varios días recibiendo correos electrónicos en el trabajo con respecto a una “importante” visita que tendremos en unos días. Nos lo han recordado por activa y por pasiva. Se ha especulado sobre la hora de la estelar entrada. Finalmente se ha concretado. Nuevo mail para rogar a todo el mundo que haga un hueco en sus quehaceres diarios y sea puntual para estar “preparados” para el recibimiento. No puedo decir que haya sido un revuelo escandaloso, ni mucho menos…  Afortunadamente el único revuelo debe estar en los preparativos de aquellos pocos que hacen “política” dentro de un centro de investigación. El resto, la mayoría, somos más de estratos inferiores y nos importa más bien poco quien venga o deje de venir con tal de que no nos contamine nuestros cultivos de células al estornudar ni nos ocupe nuestro turno del famoso inverted confocal.  A mí personalmente me preocupa mucho más que ese día funcione la máquina de café y que haya sitio al llegar para aparcar…
De repente hay que limpiar, pintar, decorar…. Da igual si el resto del año trabajaras en un antro gris, oscuro y sucio (Tampoco es ese el caso…). Pero ese día no. Hay que ser gilipollas. Nos pasamos la vida quejándonos a los políticos de nuestros pocos recursos y el día que vienen a vernos queremos demostrarles que no nos falta de nada. Que nos sobra dinero hasta para tener flores en la entrada.
La ciencia que yo hago a diario en mi mesa no está politizada. La que hacen las personas que han pensado en que hay que pintar, poner flores, que nos ruegan puntualidad y que se pondrán su mejor traje para la foto, sí. Pero por supuesto esto no es una crítica a nadie en concreto. Si yo estuviera en su lugar haría exactamente lo mismo. Quizá por eso ni lo estoy ni quiero estarlo.
Llevo un par de días dándole vueltas.  En algunos de los ratos en que uno trabaja en algo mecánico y rutinario se puede permitir el lujo de dejar de pensar en lo que está haciendo y dar rienda suelta a la imaginación. Yo normalmente en esos ratos arreglo el mundo, o pienso en cómo será el hombre de mi vida, o en qué haré este fin de semana, o en el sexo, o en mi amiga que hace mucho que no hablo con ella, en el desorden que hay en mi casa, en que tengo que comprar papel higiénico, en una canción….(etc etc etc). En definitiva, supongo que como todo el mundo. Y esta vez me dio por imaginarme una conversación. Más bien un monólogo frente a nuestras queridas ministras. Así, en plan heroína. Me imaginaba en el salón de actos. A las once en punto. Con mi pantalón “hippie” mal planchado y mi paquete de tabaco en la mano. Turno de ruegos y preguntas. Coloquio con los investigadores. Pues a mí sí que me apetecería una charla con ellas…
“ Señora ministra, en primer lugar me gustaría que supiera que he dejado mis cultivos celulares aparcados durante dos horas para venir a recibirla. Eso significa, que hoy, en lugar de trabajar 12 horas como de costumbre, es probable que acabe echando 14 si quiero acabar… Pero he hecho el esfuerzo porque me apetecía mucho darle mi particular visión sobre la ciencia en España. Los científicos, en general, somos personas capaces y preparadas. Tenemos los conocimientos necesarios para hacer cosas tan útiles como hallar el origen de multitud de enfermedades que usted misma podría padecer algún día. Para ayudar a su diagnóstico y por tanto a su tratamiento. En menos de un día yo misma podría decirle si es usted portadora de varias mutaciones que podrían dar lugar a una enfermedad fatal en sus descendientes. No somos genios, pero sí que podemos hacer cosas bastante útiles. En cambio, ¿sabe usted a lo que dedicamos aproximadamente un 30% de nuestro tiempo?
- A ordenar facturas y albaranes. Porque no hay dinero para contratar a nadie que lo haga. Albaranes de productos por los que pasé más de tres días navegando en la red en busca del más barato.
-A fregar más cacharros de los que friego en mi propia casa. Porque no hay dinero para contratar a alguien que lo haga.  Ya de paso sea dicho que llego a mi casa tan tarde que no tengo demasiado tiempo para ensuciar cacharros.
-A hacer de doble de MacGyver. Arreglando aparatejos rotos y haciendo el pino puente para fabricarme un ultra-mega -secuenciador con dos cajas de zapatos.
-A ir al chino a comprar laca de uñas, estropajos, y pastilleros. Esto es literal. Todos ellos en sustitución de otros productos mucho más sofisticados, caros y reglamentarios  que sirven para cosas que no tienen nada que ver con los objetos en cuestión.
Estas y muchas otras cosas son mis tareas diarias. Por las que me pagan este grandioso sueldo de doctor. Un sueldo sobre un papel, parte del cual yo nunca he visto  porque va destinado a esos necesarios impuestos que todos pagamos. Y que sirven (entre muchísimas otras cosas útiles), a pagarle por ejemplo a usted esta viaje. Con su coche, su escolta, con su billete de avión, su hotel y su pensión “repleta”, más que completa diría yo…
Como verá, un viaje muy similar a cuando nosotros, los científicos, viajamos a esas estupideces que se llaman congresos.  Donde hacemos tonterías como intercambiar información, conocimiento y aprender cosas nuevas. A propósito de esto, acabo de recordar que olvidé una de esas tareas en la que también me doctoré: pasar horas frente al ordenador tratando de buscar el hotel más cutre y barato de toda la ciudad del congreso. Por supuesto, que no se nos pase por la cabeza la idea de tener intimidad y pedir una habitación individual. Si es triple, con baño compartido, mejor que mejor. Y si no conoces demasiado a tus compañeros de habitación, pues te tomas un café con ellos en el aeropuerto y listo!  Al llegar con tu maleta, el bolso, el portátil, el póster y tu madre al teléfono preguntando si has llegado bien, no te vayas a creer un dios y pidas un taxi que te lleve hasta el hotel. Mejor a sudar al metro, así tienes ocasión de discutir con tus nuevos compañeros quién se ducha primero. Y al volver y pedir mis dietas, no crea usted que pido lo que me corresponde. Tengo el defecto de pedir tan sólo lo que me costó el bocata del camino. La ciencia es más importante que mi estómago. Con lo que me hubiera gastado en un menú del día podemos comprar aquí dos paquetes de folios de los gruesos!!! …”

Bueno, pues todo eso y mucho más había en mi monólogo… En definitiva, nunca he sido una rebelde. Y nunca lo seré. Evidentemente jamás montaría semejante numerito en mi centro de trabajo. Pero sueño con que alguien lo hiciera e hincharme a aplaudir.
Mi cabeza y este blog son de los pocos sitios donde puedo decir libremente todo lo que me da la gana. Así que en ambos sitios lo he hecho… 


Hablando de rebeldes, una canción de Mano Negra que me hace mucha gracia


2 de noviembre de 2011

No way out

Poco después de empezar aquel viaje ya me di cuenta de que no conocía el terreno.  Así que nunca pisé a fondo. Sabía que no tardaría en tener que frenar en seco… 

Anoche creí estar parada por completo. En realidad lo creo a ratos desde hace tiempo. Incluso cuando observo movimiento. Lo creo cuando topo con algunas de esas fosas que encuentro en el camino. Ya no muero en todas. Aprendí a saltarlas. A veces ya ni siquiera se me acelera el pulso por el esfuerzo. 

Anoche, llevaba varios días parada, sin observar movimiento.
Pero desabroché tu camisa en otro cuerpo. Cambié  tus caricias de verdad insegura por otras de mentira certera. Cerré los ojos por fuera mientras miraba tu cara por dentro.  

Anoche me creí parada, pero me estrellé contra tu olor mientras acariciaba su pelo. 

Mi mundo gira a pesar de todo. Aún se mueve a ratos algo por dentro. Seguiré tratando de pararlo en vano. Pero sé que algún día cambiará la dirección del movimiento.  

Hoy me apeteció una de mis preferidas: Creep (Radiohead) 





26 de octubre de 2011

Pide un deseo


Recuerdo una noche hace ya mucho tiempo. Tenía 15 años. Aquella noche hice una de esas tonterías supersticiosas adolescentes. Se me cayó una pestaña que fue a parar a mi mano y pedí un deseo. No dudé un instante. La vi entre mis dedos y tuve claro en qué iba a gastar aquella baza. Así que la miré, grité hacia dentro aquel deseo y soplé. La pestaña voló. Si no me equivoco eso es un signo de que la cosa funciona. De que el dios de los vientos y el dios de las pestañas se han dado la mano y han decidido por unanimidad concederte el deseo. Y así fue. Los dioses debían estar poco atareados (o bien yo pedí algo demasiado obvio), porque se cumplió en menos de un par de horas.
Incluso con 15 años ya sabía que era estúpido, pero recuerdo que no pude evitar reparar en ello y sentirme en cierto modo divinamente agraciada.

La estupidez adolescente aún no se ha ido del todo de mí. Quizá simplemente ha evolucionado de estupidez a manía estúpida, que no es lo mismo. Porque he de reconocer que aquella no fue la última vez que llevé a cabo el ritual. De hecho, siendo sincera, aún sigo haciéndolo cuando nadie me ve. Cada vez que rescato una de mis pestañas hago la misma gilipollez. 

Aquel primer deseo fue un tierno deseo de adolescente.
Un tiempo después, mis ojos fueron madurando. Y a partir de entonces, el resto de pestañas de mi vida las mandé volar siempre a cambio de cosas mucho más importantes. Pocas veces me permitía el lujo de gastar una de esas bazas en algo que no fuera cuestión de salud. Pero de vez en cuando, me daba un capricho. 

Mis ojos maduraron aún más. Y los caprichos cada vez eran menos. Y lo más importante, cada vez menos concretos. Dejé de pedir lo que deseaba para empezar a pedir que ocurriera simplemente lo que fuera mejor. Dicen que hay que tener cuidado con lo que se desea porque se puede hacer realidad.  Así que yo delegaba en aquellos dioses, y en aquella estúpida pestaña toda mi felicidad. Porque sabía que yo no tenía ni idea de dónde encontrarla. Pero mientras soplaba le obligaba a darme la garantía de que elegiría lo mejor.
Aquella noche, con 15 años conseguí lo que quería. Después siempre me dio miedo volver a conseguir lo que deseo. Afrontar las consecuencias. O arrepentirme de haberlo deseado. 

Hoy, 17 años después, la escena ha sido muy diferente. Estaba cenando sola, en casa. Y he visto una pestaña en el borde del plato.  Creo que hacía tiempo que no ocurría porque no recuerdo exactamente el deseo de la última vez. Así que he decidido que hoy iba a darme un capricho. He seguido comiendo tranquilamente mientras pensaba. Así que he apartado todo a una esquinita del plato para no correr el riesgo de perder mi baza aplastada por un tenedor. He masticado despacio todas las opciones. Pero algunas me han dado miedo. Otras no hace falta ser un dios para darse cuenta de que no me convienen, aunque en cierto modo las desee... Y otras he dudado si realmente las deseo. He acabado de cenar sin llegar a ninguna conclusión. Así que he seguido haciendo mis cosas mientras pensaba en ello. Tan absorta y agilipollada que cuando me he dado cuenta acababa de fregar el plato.

Perdí mi baza. Con el consuelo de saber que no perdí nada en concreto.
Tan solo le pido al dios de las tuberías, que de todo lo que ha  pasado esta noche por mi cabeza, elija lo mejor.


Hoy, de camino a casa, a voces: My plan (The sunday drivers)

23 de octubre de 2011

Saboreando la sal

Quería una vida llena de luces, olas y truenos que le hicieran vibrar. Y así el marinero de agua dulce se adentró en alta mar...

Llegaron olas calientes. Después frías,  gélidas, opacas.  Inesperadamente cada vez más frecuentes. E incomprensiblemente cada vez más amplias.
Cuando se navega tanto tiempo en una balsa de aceite, hasta la más cruel tormenta te hace asomar la nariz. Grabarlo en la retina con una curiosidad macabra.
Y la curiosidad le hizo saltar al agua. Se hundió entre las olas mientras experimentaba por primera vez a qué sabía el agua enfurecida del mar. Se recreó en aquel sabor. Y olvidó que nadie es inmortal.  Bailó con las olas mientras se ahogaba sin dejar de saborear la sal.
El azote de las olas le hizo reaccionar. Escupió la sal. Luchó y llegó a tierra. Frío, asustado y con heridas  que curar.

Pero así, en una sola noche, en tan sólo una tormenta, aquel marinerito se hizo capitán. 



Me equivocaría otra vez (Fito y Fitipaldis)

21 de octubre de 2011

Incoherencias

""

Hoy me contaron una historia de amor muy bonita. No sé si el adjetivo bonito es el más apropiado. El adjetivo apropiado para esta o cualquier otra historia depende del punto de vista del observador. Del tipo de detalles con que uno decida quedarse. Depende de si decides idealizarla, ser romántico o si por el contrario decides ser práctico y realista. Si hablamos de amor supongo que se tiende a idealizar. Yo al menos esta vez lo he hecho.
Pero es cierto que resulta raro llamar bonita a una historia en la que dos personas enferman por ese amor. Literalmente, en forma de depresión mayor. En la que dos personas viven tiempo después atormentadas aún sin estar juntas. En la que aún lloran. En la que aún a veces llegan al insulto y después al perdón. Al olvido, al reencuentro. De la total desconfianza a la más absoluta necesidad. Las circunstancias eran demasiado turbias y voluntariamente, contra su propia voluntad, ambos decidieron hace tiempo que lo mejor era no estar juntos. Pero como siempre que se decide algo voluntariamente, en contra de la propia voluntad, esta incoherencia no deja de jugar malas pasadas. De coger para soltar. De acercarse justo antes de salir corriendo. Y pueden pasar cosas como llamar tan sólo para decir que no quieres hablar. Ir hasta la puerta del otro para decir que no quieres verle. Tocarle al decirle que no quieres su contacto nunca más. O desear que encuentre otra persona para que definitivamente algo te obligue a renunciar.
Siendo prácticos, la incoherencia no lleva a más sitios que a la locura. Y siendo realistas, enfermar no es nada bueno. Quizá si me hubieran contado esta historia hace tiempo, cuando mi vida y mi amor eran una línea perfectamente plana, hubiera sido mucho más fría. Lo hubiera mirado con ojos prácticos y realistas y le hubiera recomendado un buen psicólogo. O quizá (probablemente) me hubiera muerto de la envidia. No lo sé. Pero hoy se me quedó cara de ternura mientras escuchaba aquella historia. No he podido ser práctica.  Soy una romántica, al menos hablando del amor ajeno.
Si hablo del propio, aún no sé muy bien cuál es mi actitud. Durante mucho tiempo me creí una persona práctica. Que clasificaba las cosas en fáciles o difíciles, seguras o inciertas, cobardes u osadas. Y ante la duda optaba siempre por lo primero. 
Un buen día me volví osada. Y como consecuencia de esa osadía me creí fría e imperturbable. Cambié todos mis conceptos. A lo práctico y fácil lo llamé cobarde. A lo romántico lo llamé peligroso.
Cuestión de lógica; si me volví osada, dejé de ser práctica y cobarde. Luego entonces soy valiente. Y los valientes no temen el peligro.  Pero a mí me atrae tanto como lo temo. Se fue a la mierda la lógica. Vivan las incoherencias! De todos modos da igual. De momento no hay peligro ni enemigos a la vista. Así que mientras pueda seguiré disfrutando de ser valiente con las historias de los demás.

Hablando de las incoherencias del amor, arriba os pongo un cuento muy bonito de Jorge Bucay. Y nunca mejor dicho, creo que todos deberíamos aplicarnos el cuento, seamos princesas, pretendientes, osados o cobardes.

19 de octubre de 2011

Time lapse


Landscapes: Volume Two from Dustin Farrell on Vimeo.



Hoy me descubrí haciendo un “time lapse” de mi vida. En toda regla; de 32 años a una película de quizá un par de horas. Mucha tela…
Los primeros minutos apenas son imágenes borrosas. Poco después llega algo de nitidez, de movimiento. Sin embargo,  la mayor parte de la película parece más bien una foto, estática. Donde no se abre ninguna flor. Donde las nubes apenas crean formas. Donde las hojas casi ni se mueven. Y la larva parece no salir nunca del huevo.
Llegando al final tuve la tentación de reducir el número de imágenes por segundo. Aquello se me iba de las manos. Las flores se abrían y morían a la vez. Las hojas brotaban y caían al mismo tiempo.  Y la larva parecía todo un señor gusano, incluso antes de salir del huevo.
Toda una película… Tremendamente aburrida, pero con un final de los inesperados. O quizá no tanto… De los que te dejan con un pequeño malestar. Con un sabor agridulce; ni triste ni feliz. De los que se hacen para que vuelvas a ver la segunda parte.
La escena final es un tanto sobrecogedora. Del final de una batalla. Con el sol poniéndose. Donde reina el silencio y la paz entre el caos. Donde todos han desaparecido y no quedan más que pedazos que dan cuenta de lo que un día allí ocurrió.  Pero fue sólo eso. Una batalla. Unos intensos y agitados minutos en esta aburrida película de más de 32 años. Y dos horas.
En esa segunda parte quizá resurja algún combatiente escondido. Como un  Terminator de esos que nunca muere y te hacen saltar de la silla cuando pensabas que todo había acabado. O quizá la próxima escena sea la de una repoblación. Con flores abriendo, vientos corriendo, gusanos y mariposas, mientras vuelve a salir el sol.  

Ahí arriba va un verdadero time lapse que me parece bastante chulo.
Y para escuchar, lo mismo que hoy estaba cantando a gritos mientras trabajaba cuando creía que estaba yo sóla con mi Ipod ( pero sólo lo creía; ha sido todo un espectáculo...): A natural woman (en versión de Ayo)

17 de octubre de 2011

Con el maletero lleno

Hoy se me agolparon en la cabeza varias palabras; ganas de huir, pequeña dosis de volver al hogar, irreal soledad, olores asociados a recuerdos, estación de servicio, parada obligatoria. Hoy volví de ese pequeño viaje. De esa pequeña vuelta al hogar. De aquel lugar del que hui en busca de aire. Fue una decisión rápida. Más bien fruto de una casualidad. Iba siendo hora y apetecía. Pero no pude quitarme el remordimiento de sentirme cobarde y fea por dentro. De pensar si en cierto modo me había puesto en la carretera de la huida.
Me bastó llegar para desechar rápidamente la sombra de la huida. Llegar fue agradable. Pero instantes después no pude más que acordarme de una pequeña discusión en la que alguien me decía que el recuerdo más potente era un olor. Nunca lo creí tan cierto. Aquel olor, en su día agradable, esta vez me mareó, me inquietó, me sumergió. Se plantó frente a mí aquella época tan falta de aire.  Aquel olor asociado a tantas y tan diferentes cosas. El olor de la tristeza, el olor del coraje. El de la ilusión, el de la asfixia, el de la adrenalina. Aquel olor mezclado. Aquel olor a cosas claramente inmiscibles. Aquello dio paso al estímulo visual. A los déjà vu. Al recuerdo de mis noches en blanco. Al de mi rincón favorito, donde un día lloraba y al siguiente escribía algo bonito.
Pero su acogida me ha hecho avergonzarme de la mía. Las ganas de todos ellos han ridiculizado las mías. Y todo el amor por allí repartido me ha hecho despertar e  inmunizarme frente a aquel olor. Y darme cuenta de que aquella breve época fue tan sólo eso, un olor. Un simple ambientador con recambio. Nada que no pueda volverse a llenar. Nada que no se pueda cambiar y olvidar. 
Irreal soledad… ¿Más de 400 Km para darme cuenta? Quizá no soy entonces tan inteligente como le decían a mi madre.  
Este viaje resultó una parada. Obligatoria. Pero también efímera y absolutamente incierta. De dudosa utilidad. Quizá mañana mismo de relevancia despreciable.  
Pero al menos esta noche siento que he traído el maletero lleno de cosas útiles;  un par de botes de cariño, unas cuantas cajas de realidad,  un aparato que sirve para no volver a levantar los pies del suelo, un confesonario, y por supuesto… rosquillas de mamá.  Aún no lo he colocado. He aparcado lejos y no he podido subirlo. Está en el maletero.  Sólo espero que nadie me robe el coche esta noche.

Por un viernes noche memorable: Peor para el sol (Joaquín Sabina)