Hoy me sentí más y mejor halagada que nunca. Alguien que ha llegado a apreciarme mucho en muy poco tiempo me ha llamado “ligera”. Al oír esa palabra, mientras veía el aprecio y el cariño en sus ojos, me he quedado unos segundos descolocada. Pero en su pseudoespañol, ha conseguido explicarme sorprendentemente bien, con los ojos brillantes, qué era “ligera”. Para ella, ligera es “una persona natural, que fluye, que flota, que no se ve oprimida ni se deforma en ninguna situación”. Ha extendido su visión sobre mí: “una persona inquieta y un poco loca pero que transmite calma a la vez”. “Con una capacidad asombrosa para razonar y que no se deja llevar nunca por la ira ni por la tristeza”. Me ha dicho cosas como que nunca había conocido a nadie como yo. Me ha dicho que hablando de mí con un amigo le dijo que era “una mujer con huevos”. Que a la vista le parezco más joven, pero a la mente mucho más mayor.
Muchas veces en mi vida me han transmitido el cariño con palabras. No es la primera amiga que me ha dicho claramente cuánto me aprecia. Pero sí es la primera persona que me lo ha explicado tanto y tan bien. Es la primera vez que alguien me pone un ejemplo concreto de mi comportamiento para apoyar cada una de sus conclusiones. Que me ha demostrado que es alguien capaz de fijarse y apreciar hasta el más mínimo detalle.
Esta pequeña charla me ha servido para salir de allí henchida, halagada, agradecida. Pero sobre todo y por encima de todo, me ha servido para sentirme tremendamente afortunada de encontrar personas así por el mundo. Personas para mí ligeras, como nubes, con una capacidad infinita para absorber y condensar en sí mismas todo lo bueno que creen encontrar en los demás. Gente con la virtud de saber salir de su propio mundo para vivir en el de todos aquellos que se lo permitan. Ella me define como una persona increíble, pero yo creo que no tengo siquiera una milésima parte de esa virtud suya, de su sensibilidad. Y no lo he descubierto fortuitamente tras sus halagos. Ella es tan ligera, que ya se intuye casi desde el primer día.
Hoy tuvimos una pequeña charla sobre el amor. El amor simplemente a las personas que nos rodean. En su sentido más amplio, efímero y duradero a la vez. El que te hace disfrutar y dar y recibir cariño de la gente que vas encontrando a lo largo de tu vida y que tiene algo que aportarte. Desde que llegué aquí, no le he abierto mi corazón de par en par a nadie. En absoluto. Ni siquiera a ella. Ya tengo a mis pobres viejas amigas para cargar con esa cruz. Pero ni siquiera eso es necesario. Supongo que este tipo de amor es tan valioso precisamente por la carga de respeto que lleva. Imagino que hablo del mismo amor que ese que tanto hemos escuchado; del “amor al prójimo”. Ya sabemos que yo huyo de cualquier sentido religioso. Yo creo en lo que hay aquí abajo. Y no creo en la gente que sólo repite frases a coro una vez por semana, sino en la gente que lo ejecuta en su día a día. De una forma mucho más vulgar si queremos llamarlo así. En la gente que ama al prójimo en forma de abrazo, de sonrisa, en forma de buena compañía, en forma de ayuda. Hablo de tratar de ver la belleza de una rareza en lugar de llamarlo raro sin más. De preocuparnos por conocer en lugar de juzgar. Hablo de la gente que simplemente hace tu día un poco mejor. Gente que observa tus ojos para saber si hoy te encuentras bien. Y cuando no estás bien, aunque digas lo contrario, y saben que no le vas a contar el porqué, ni siquiera preguntan. Simplemente hacen algo sencillo pero maravilloso o inesperado para hacerte un poco más feliz. Y cuando preguntas el porqué encima te dicen que te lo mereces, porque el simple hecho de conocerte para ellos es ya algo muy valioso y tan sólo pretender cuidarlo. Y es que, afortunadamente, este amor es así. Dar un poco de felicidad a los demás te hace ser un poco más feliz a tí. Es la pescadilla que se muerde la cola más bonita que me he encontrado nunca.
Quizá todo esto suene demasiado hippie, idealista o romántico. No me he vuelto loca ni me he tragado a Mimosín. Sigo siendo la misma persona que se cabrea con las señoras que te quitan el asiento en el metro, que no soporta a los chulos, o que hace malos gestos cuando encuentra a una mujer conduciendo como un caracol… Igual con un poco de hierba en los bolsillos la vida podría ser un mar de amor las 24 horas del día. Pero no es el caso... Cuando oímos la palabra amor tendemos a pensar en ternura, bondad, paz, belleza.... Las imágenes que pasan por nuestro cerebro se ralentizan. Pero como digo, yo hablo de algo mucho más vulgar. En definitiva, hablo de amores ligeros. En los que no es necesario conocer al otro en su más absoluta intimidad. El amor del que yo hablo se puede disfrutar un día cualquiera, en una escena tan cutre como una escalera en la calle, con una taza de café en la mano, mientras uno habla del “amor al prójimo”. Y hoy una de las tantas personas a las que yo “amo” así me demostró que afortunadamente hay más gente en el mundo dispuesta a amar. Y me dio mi dosis diaria de una forma especial.
En honor a Joaquín Sabina, Miguelón que me da buenas ideas y la gente capaz de amar de forma ligera, hoy soy yo la que se quita el sombrero.
Una de las cosas que me gusta compartir con la gente a quien quiero es la música. Esta fue la última canción que comentamos juntas esta gran persona y yo.
La canción sí que es un poco hippie, sí... Y me encanta, por supuesto... Aquella música y todo lo que huela a flores, aunque algunas hayan quedado ya algo marchitas...
ResponderEliminarQué puedo decir sobre las personas "ligeras" que describes... Desde mi cueva envidio esa "ligereza"... Creo recordar ligeramente un tiempo en el que yo también... Y recuerdo los versos de León Felipe: "Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo..."
Sí, Hank, es una canción estupenda. A mí también me encanta todo lo que huele a flores. Aunque por cuestiones varias no sea de lo que más nos rodeemos finalmente a diario...
ResponderEliminarPero esa "ligereza" sí que es algo de lo que intento rodearme continuamente. Eso sí.
A tus versos de León Felipe, sólo puedo decir: AMÉN
Este post no es abstracto. Al menos para mí es totalmente claro.(No como el otro, que no entendí un pimiento) jeje.
ResponderEliminarEsta persona de la que hablas es una maestra, una sabia del arte de los artes, La FELICIDAD.
Y ella sabe que para dominar ese arte hay que aprender los caminos. Hacer feliz, como puedas, a los demás, Tratar a otros con respeto y alegría como te gustaría hicieran contigo. No escatimar en halagos cuando son verdad. Fíjate tú lo contenta que te pusiste después de la charla con ella. No es muy difícil hacer un poco más feliz a los demás. Yo soy un aprendiz de esto, lo intento intensísimamente.
Lo de que eres una "tía con huevos" me viene de "Huevos" para definirte como lo hicieron hace poco conmigo y me gustó tanto tanto que en cuanto veo a otra persona que creo que también lo es, enseguida se lo digo: Es Ud. una persona Asertiva Srta.MC jeje :)
Me ha ENCANTAO!!
Gracias por la mención. Y la foto es genial!!
Sigamos aprendiendo a ser ligeros y enseñar a otros a perder carga también...
Desde luego que es una maestra. Aunque ella ni lo sabe. Porque en lugar de dar lecciones, por el contrario, se pasa la vida intentando aprender de los demás.
ResponderEliminarLo de asertiva me lo tomaré como un cumplido, como siempre!!! :D