Lo perdí
hace ya tiempo. Y creo que sí que intenté buscarlo, aunque no sabía muy bien
dónde. Pensé que podría volver a encontrarlo en cualquier sitio, como esos
pendientes que me quito cada noche y voy dejando en lugares diferentes sin
poner cuidado. Siempre están ahí al día siguiente, en alguno de los lugares que
diariamente recorro apoyando cosas. Basta con recorrer de nuevo esos sitios,
casi de forma inconsciente, y siempre aparecen, siguiendo los mismos pasos
hacia atrás. Y cada mañana me los pongo de nuevo sin más, sin que nunca se me ocurra
pensar que soy afortunada por encontrarlos, que un día podría descuidarme y
perderlos.
Pero esta vez olvidé los pasos. Parece como si
hubiera aparecido aquí de repente, sin haber pasado por ninguno de esos muebles
ni mesitas por los que diariamente uno va abandonando cosas. Olvidé qué es lo que me he ido quitando cada
noche antes de dormir hasta acabar desnuda. Y olvidé la sensación de llevar
todas esas cosas encima.
Intenté mil
veces engañarme a mi misma y volver a vestirme con lo que tenía a mano. Pero
todo lo que había tenía arrugas, olía a usado, a cerrado…
Y cuando ya estaba
cansada de buscar y empezaba a asumir que las cosas se pierden sin más y que no
hay que darle más vueltas, me tropecé con alguna de ellas.
Y no estaban
en ninguna de aquellas mesitas, en ningún rincón camino de mi dormitorio. Lo fui
encontrando en un pasillo, en una máquina de café, en un rato al sol, en un
garaje, en una habitación extraña, en el metro Buenos Aires, en una noche de
risas con sidra…
Lo encontré
tras una sonrisa, tras una indirecta, tras una frase acertada. Fui encontrando
alguna de esas cosas que ya no recordaba siquiera haber perdido. Obviamente no estaban
todas, pero aquello me devolvió las ganas de seguir buscándolas absolutamente
todas.
Y me enseñó
que no hay que obcecarse y recorrer una y otra vez los mismos rincones. Me
enseñó que se pueden encontrar en los lugares más inesperados, en aquellos
sitios en los que nunca se te ocurrió mirar a pesar de pasar todos los días por
la mismísima puerta. Que las cosas que se pierden, hoy pueden estar detrás de
esta sonrisa, e incluso, que mañana podrían estar tras cualquier otra; en
Madrid, en Sevilla, en Alicante, quién sabe…
Y ahora
procuro mirarme al espejo todos los días, y ponerme lo que me sienta bien.
Intento aprender a ponerme esa camiseta carísima para trabajar, dormir y
cocinar, por si mañana se pierde, se rompe o deja de sentarme bien.
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