10 de febrero de 2014

En extinción





Pocas personas pueden sacarte una sonrisa verdadera cuando todos los músculos de tu cuerpo, incluidos los del ánimo, sólo quieren caer rendidos a la ley de la gravedad.

Sólo personas de película pueden vivir y hacer vivir a los demás momentos de película, de esos que nunca se olvidan, de esos que merecen un título, ser contados, ser escritos y guardados en la retina para siempre.

Sólo personas así son capaces de hacerte sentir ternura hasta el punto de querer llorar.  Y llegado el caso no hay mejor salida que echarle la culpa al resfriado, porque ya se sabe que las chicas duras no lloran por una película.

Pocas personas son capaces de dejarte una sonrisa colgada en la cara de camino a casa, de esas que duelen y que no te puedes quitar.

Seres de película, en vías de extinción, de los que el mundo necesitaría tener muchos más…




Mil años sin escuchar esto, pero en el momento que sonó supe que acabaría aquí puesta.

9 de febrero de 2014

Sorry?






Cuando alguien no conoce la fórmula que usas en tus cálculos, no entenderá cómo pudiste llegar al resultado. Incluso no se lo creerá.  Pero nos dará igual. Nosotros la sabemos y la seguiremos usando. Porque la raíz cúbica de la integral de algo que sólo nosotros conocemos nos da como resultado lo que nos da. Y de poco sirve que el resto no lo entienda. Estamos hartos de hacerlo, y sabemos que funciona. Así que quien quiera entender algo, que se aprenda la fórmula.  

“Sabiduría” es una palabra de connotaciones demasiado optimistas para mi gusto. Dicen que llega con los años. Pero yo creo que se construye con algo más. Aunque siempre se ha dicho que más sabe el diablo por viejo que por diablo.  Y no lo dudo… pero hay muchos tipos de infierno. Y seguro que cada uno hemos tenido el nuestro. 

Así que los años nos dan un poco de ese “saber” a todos, pero a cada cual el suyo. A cada cual su fórmula. Y cuando los diablos se van haciendo viejos, empiezan a echar cada uno sus cuentas. Y al más mínimo intento de puesta en común, llega el caos y la confusión. Porque todos creen tener razón. Y lo cierto es que todos la tienen. 




8 de febrero de 2014

Quizá Copenhague




6 am. Demasiado temprano aún. Apenas se ve a lo lejos. Queda un largo viaje por delante.  Sale el primer tren. Vas sentada en el primer vagón. No ves más allá de tu pequeña ventana y la cabina del conductor.
Primera parada; alguien sube y se sienta a tu lado. Es joven y guapo. Huele bien. Por su aspecto diría que no será una compañía incómoda. Aún quedan muchas horas…
El tiempo pasa y disfrutas del viaje por tu ventana. Ese chico guapo que llevas al lado parece disfrutar también. Está sentado cómodo, relajado. A ratos descubres que te observa disimuladamente y te hace sentir bien. Ojala él también vaya hasta el final del trayecto.

En tan sólo una hora has recorrido cientos de Km pero pareciera que aún sigues en el mismo sitio. Los paisajes que vas dejando atrás…no tienes la sensación de que hayan cambiado demasiado:  el mismo color, las mismas tonalidades.
Empiezas a preguntarte si las vistas serán mejor desde otro lado del vagón.
Miras al chico de al lado y dudas si moverte de allí.  Te preguntas qué tipo de personas habrá repartidas por el resto de asientos. No quieres que tu guapo compañero se moleste, pero te levantas decidida y te vas, porque este es tu viaje…

Efectivamente las vistas  ahora son mucho mejor. Aquel asiento libre en medio del vagón te da otra perspectiva.

Pasan las horas y las paradas. Algunos pasajeros suben. El chico guapo ya se bajó. De repente cruzas una intensa mirada con alguien que se quedó en el andén. Lástima; quizá estaba esperando otro tren…

Tu nuevo compañero de asiento empieza a molestar. Lleva un buen rato inquieto.  Parecía un tipo bohemio, tranquilo, centrado en su lectura. Pero de repente sacó unos de esos gigantes auriculares que tapan media cara. Su música te taladra el cerebro y no te deja concentrarte en el camino. 
Es un fastidio, pero lo cierto es que las vistas merecen la pena...
Al cabo de un rato no puedes soportarlo. Pero no ves ningún asiento libre. Así que te recluyes en una esquina al fondo del vagón, desde donde aún puede escucharse  su maldita música.
Desde allí observas a todo el que sube y baja. Te preguntas cómo será la vida de esos pasajeros en cada ciudad que vas dejando atrás.
No lo sé. Ellos tampoco saben cómo es allá donde yo voy. Probablemente ninguno de los que ahora observo vaya hasta el final.
Tengo mi propio destino.  Aún queda lejos. Varias horas de viaje  para seguir observando el paisaje, la gente que sube y baja, para soñar con la vida en cada ciudad que dejo pasar…