Una mirada sabia
que me desnuda hasta el alma.
Unos ojos, los míos,
que con su vida propia
ríen y aman,
odian y temen cuando
les viene en gana.
Hablan sin antes preguntar
si es el momento o el lugar.
Contradicen mis palabras
sin que pueda hacer nada.
El placer del miedo que desata
quien sabe desnudarme bien
el cuerpo y la mirada.
Llevo días reparando de
modo especial en algo tan cotidiano como extraordinario. Mi cerebro está hoy
lleno de ojos. De miradas breves pero infinitamente expresivas. De las de fácil
traducción.
No pude dejar de pensar en la mirada de ese viejo tendero cuando esta tarde, una pareja de
gays entró en la tienda y comenzaron a probarse maquillajes, coloretes y
sombras de ojos.
En la mirada de esa señora que se cruzó conmigo de camino a la tienda mientras
cantaba con sentimiento y en voz involuntariamente alta “…hoy te la meto hasta
el mismo corazón…”
En la mirada de ese alguien que desde el brazo, subió sus ojos
hasta los míos, tras un breve contacto físico
para darle las gracias por un favor.
En la de ese viejo desconocido, que muerde mi nariz y me pide
que le mire a los ojos de cerca mientras me describe como nadie lo apasionante
de una mirada.
Es el infinito lenguaje de los ojos. Los órganos más versátiles
de nuestro cuerpo. No es necesario que cambien de color ni forma, ni se muevan
un solo centímetro de su sitio, ni emitan ningún sonido para expresar tanto...
No les hace falta porque tienen vida propia; la mirada.
Alguien me dijo hace poco que la mirada no engaña. Otro
alguien me dijo hace algo más de tiempo, que no me reía con los ojos. No pude
evitar unir ambos momentos en el tiempo. Y es que ambos estaban cargados de razón. Los ojos no solo
miran y lloran; también ríen, aman, odian, temen… Emiten sentencias inaudibles
pero tan claras como “qué coño hacen estos dos mariconazos…” Hasta las mal llamadas “miradas
inexpresivas” tienen su traducción. Y las “miradas perdidas” siempre andan en
algún lugar.
Cuando hablamos con cualquiera a diario, no solemos paramos a pensar en si le estamos mirando mucho
o poco, si lo hacemos de forma directa, si es a intervalos o constante… El día
que reparas en ello, sé por experiencia que
la conversación más amable y cotidiana puede acabar resultando tensa e
interminable. Con suerte, si el contrario está concentrado, aquella conversación puede seguir discurriendo de forma aparentemente
natural sin que nunca llegue a saber que mientras él hablaba tú has hecho toda
una tesis sobre el tiempo prudente de mirada sostenida, la frecuencia de
parpadeo, la intensidad correcta, el número de desvíos de mirada, hacia dónde
desviarlas, cuánto tiempo para no parecer desinteresado…
Siempre me costó mirar a los ojos cuando tomo conciencia de
que lo estoy haciendo. Principalmente con aquellos a los que amé. Siento una
pueril vergüenza. Algo más hacia dentro supongo que me hace sentir vulnerable. Porque
una mirada sabia, te desnuda hasta el alma.
Arriba, la mirada acumulada al final del día. Y abajo, como siempre, el sonido más escuchado hoy.
Genial! Esto es volver por la puerta grande.
ResponderEliminarMe encanta el poema; lo cotidiano y extraordinario de las miradas y que alguien repare en ello; lo de que la mirada es la vida de los ojos; y la perfecta manera de explicarlo.
Cuánta gente habrá que, como has dicho, creerán que los ojos sólo son para mirar o llorar.
Gracias como siempre Miguelón!
ResponderEliminarUn abrazo